ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nehemías 8,13-18

El segundo día los cabezas de familia de todo el pueblo, los sacerdotes y levitas se reunieron junto al escriba Esdras para comprender las palabras de la Ley. Y encontraron escrito en la Ley que Yahveh había mandado por medio de Moisés que los hijos de Israel habitaran en cabañas durante la fiesta del séptimo mes. En cuanto lo oyeron, hicieron pregonar en todas las ciudades y en Jerusalén: "Salid al monte y traed ramas de olivo, de pino, de mirto, de palmera y de otros árboles frondosos, para hacer cabañas conforme a lo escrito." Salió el pueblo y trajeron ramas y se hicieron cabañas, cada uno en su terrado, en sus patios, en los atrios de la Casa de Dios, en la plaza de la puerta del Agua y en la plaza de la puerta de Efraím. Toda la asamblea, los que habían vuelto del cautiverio, construyó cabañas y habitó en ellas - cosa que los israelitas no habían hecho desde los días de Josué, hijo de Nun, hasta aquel día - y hubo gran regocijo. Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios diariamente, desde el primer día al último. Durante siete días, se celebró fiesta; al octavo tuvo lugar, según la norma, una asamblea solemne.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Terminado el tiempo de Navidad comienza el llamado "ordinario", que nos acompañará hasta la Cuaresma. Nosotros retomamos la lectura continuada del libro de Nehemías cuando retoma la escucha de la Ley, no con todo el pueblo sino esta vez con un grupo restringido de personas: los cabezas de familia de todo el pueblo, los sacerdotes y los levitas. El episodio de la celebración de la fiesta de las Cabañas recuerda la primera celebración de los deportados en cuanto pusieron en pie el altar (Esdras 3, 4) y constituye un paralelo con la celebración de la Pascua al final del primer movimiento de regreso del exilio (Esdras 6, 19-22). La Pascua, Pentecostés (que en realidad es la conclusión-cumplimiento de la Pascua) y las Cabañas, son las tres fiestas de peregrinación que desde el periodo después del exilio hasta hoy constituyen el núcleo del calendario litúrgico del judaísmo. Falta la fiesta del Kippur (expiación), que precede inmediatamente a la de las Cabañas, quizá aquí sustituida por la ceremonia de expiación del capítulo siguiente. Indicaciones precisas de estas fiestas las encontramos en los rituales legales de los libros del Pentateuco (Es 23, 14-19; Lv 23; Nm 28, 16-29,38; Dt 16). La fiesta de las Cabañas concluía el año agrícola y era también llamada fiesta de la cosecha. Basándose en Lev 23, está prescrito habitar o al menos consumir las comidas en la cabaña construida para la ocasión, en recuerdo de la permanencia de los israelitas en el desierto, signo también de la protección de Dios durante la precariedad del desierto, representada precisamente por la cabaña. El texto de Nehemías añade también la prescripción de construir las cabañas con ramas de arbustos y de árboles variados. La fiesta expresa la gratitud a Dios por los dones de la tierra, como las otras fiestas de peregrinación, que esconden su lazo con una sociedad agrícola y a la vez celebran la alegría del don de la Ley. En efecto, la fiesta acaba con el día (el octavo) de la "alegría de la Torá", con el que concluye el ciclo de lectura del Pentateuco en la sinagoga y comienza un nuevo ciclo. La lectura de la Palabra de Dios acompaña por completo el año de vida del creyente y le permite, en la precariedad de sus jornadas y de su condición humana, gozar de la presencia protectora del Señor, a quien damos gracias por los dones de vida que cada día hace al hombre.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.