ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nehemías 9,1-23

El día veinticuatro de aquel mismo mes, se congregaron los israelitas para ayunar, vestidos de sayal y la cabeza cubierta de polvo. La raza de Israel se separó de todos los extranjeros; y puestos en pie, confesaron sus pecados y las culpas de sus padres. (De pie y cada uno en su sitio, leyeron en el libro de la Ley de Yahveh su Dios, por espacio de un cuarto de día; durante otro cuarto hacían confesión y se postraban ante Yahveh su Dios.) (Josué, Binnuy, Cadmiel, Sebanías, Bunní, Serebías, Baní y Quenaní subieron al estrado de los levitas y clamaron en alta voz hacia Yahveh su Dios, y los levitas Josué, Cadmiel, Baní, Jasabneías, Serebías, Hodiyías, Sebanías y Petajías dijeron: "¡Levantaos, bendecid a Yahveh nuestro Dios!") ¡Bendito seas, Yahveh Dios nuestro,
de eternidad en eternidad!
¡Y sea bendito el Nombre de tu Gloria
que supera toda bendición y alabanza!
¡Tú, Yahveh, tú el único!
Tú hiciste los cielos, el cielo de los cielos y toda su
mesnada,
la tierra y todo cuanto abarca,
los mares y todo cuanto encierran.
Todo esto tú lo animas,
y la mesnada de los cielos ante ti se prosterna. Tú, Yahveh, eres el Dios
que elegiste a Abram,
le sacaste de Ur de Caldea
y le diste el nombre de Abraham. Hallaste su corazón fiel ante ti,
con él hiciste alianza,
para darle el país del cananeo,
del hitita y del amorreo,
del perizita, del jebuseo y del guirgasita,
a él y a su posteridad.
Y has mantenido tu palabra, porque eres justo. Tú viste la aflicción de nuestros padres en Egipto,
y escuchaste su clamor junto al mar de Suf. Contra Faraón obraste señales y prodigios,
contra sus siervos y todo el pueblo de su país,
pues supiste que eran altivos con ellos.
¡Te hiciste un nombre hasta el día de hoy! Tú hendiste el mar ante ellos:
por medio del mar pasaron a pie enjuto.
Hundiste en los abismos a sus perseguidores,
como una piedra en aguas poderosas. Con columna de nube los guiaste de día,
con columna de fuego por la noche,
para alumbrar ante ellos el camino
por donde habían de marchar. Bajaste sobre el monte Sinaí
y del cielo les hablaste;
les diste
normas justas,
leyes verdaderas,
preceptos y mandamientos excelentes; les diste a conocer
tu santo sábado;
les ordenaste mandamientos, preceptos y Ley
por mano de Moisés, tu siervo. Del cielo les mandaste el pan para su hambre,
para su sed hiciste brotar el agua de la roca.
Y les mandaste ir
a apoderarse de la tierra
que tú juraste darles mano en alto. Altivos se volvieron nuestros padres,
su cerviz endurecieron y desoyeron tus mandatos. No quisieron oír, no recordaron los prodigios
que con ellos hiciste;
endurecieron la cerviz y se obstinaron
en volver a Egipto y a su servidumbre.
Pero tú eres el Dios de los perdones,
clemente y entrañable,
tardo a la cólera y rico en bondad.
¡No los desamparaste! Ni siquiera cuando se fabricaron
un becerro de metal fundido
y exclamaron: "¡Este es tu dios
que te sacó de Egipto!"
(grandes desprecios te hicieron). Tú, en tu inmensa ternura,
no los abandonaste en el desierto:
la columna de nube no se apartó de ellos,
para guiarles de día por la ruta,
ni la columna de fuego por la noche,
para alumbrar ante ellos el camino
por donde habían de marchar. Tu Espíritu bueno les diste
para instruirles,
el maná no retiraste de su boca,
y para su sed les diste agua. Cuarenta años los sustentaste en el desierto,
y nada les faltó:
ni sus vestidos se gastaron
ni se hincharon sus pies. Reinos y pueblos les donaste
y las tierras vecinas repartiste:
se apoderaron del país de Sijón, rey de Jesbón, y del
país de Og, rey de Basán. Y multiplicaste sus hijos
como estrellas del cielo,
los llevaste a la tierra que a sus padres dijiste
que entrarían a poseer.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nos encontramos ante una oración de petición de perdón y de ayuda en un momento difícil. El capítulo se divide en tres partes: al inicio se nos indica el sentido de esta convocatoria de la comunidad, que quiere dirigirse a Dios en acto penitencial (versículos 1-5). Le sigue una larga premisa en la que se celebran las obras de Dios en la creación y sobre todo en la historia (versículos 6-31), y se cierra con la petición de perdón (versículos 32-37). La Biblia nos enseña a no perder nunca la memoria de las obras de Dios, no sólo en favor de cada uno de nosotros (y ya así deberíamos dar gracias y pedir perdón), sino también por la comunidad en la que nos encontramos viviendo. Es más, la historia se convierte en un motivo de alabanza y de acción de gracias por todo lo que el Señor ha hecho. A partir de la creación (versículo 6) y de la llamada de Abrahán (versículos 7-8), el texto recorre todas las etapas de la historia de Dios con su pueblo, desde la esclavitud de Egipto, pasando a través de los prodigios de Egipto y de la travesía por el desierto, hasta la entrada en la tierra prometida. En este recorrido emergen el amor y la misericordia de Dios que nunca ha abandonado a su pueblo a pesar de la desobediencia y el pecado. Las etapas de este itinerario siguen como el ritmo del contraste entre la solicitud amorosa de Dios que conduce a su pueblo liberándolo de los enemigos y alimentándolo en el desierto sin que le faltara nada, y la rebelión de Israel: "Altivos se volvieron nuestros padres, su cerviz endurecieron y desoyeron tus mandatos" (v. 16). Pero el Señor es "el Dios de los perdones, clemente y entrañable, tardo a la cólera y rico en bondad. ¡No los desamparaste!" (v. 17). Esta es la verdad más hermosa de nuestra vida de creyentes: encontrarnos ante un Dios que no rechaza nunca el perdón, que no deja de amar y de acompañar a sus criaturas para que no se pierdan detrás de su dura cerviz, que les lleva al repliegue sobre ellos mismos alejándose así del Señor. En la oración, tanto el creyente como la comunidad encuentran la conciencia de que Dios, en Su amor, siempre los ha custodiado y acompañado. De ella recibirán el perdón por parte de Dios y la fuerza para unirse nuevamente a Él.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.