ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

II del tiempo ordinario
Recuerdo de san Antonio abad. Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo.
Leer más

Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homilía

La liturgia de este Domingo sigue desarrollando el misterio de la manifestación del Señor que hemos celebrado a lo largo de todo el tiempo de Navidad hasta la Epifanía. Antiguamente, la liturgia de este día hacía cantar: "Hoy la Iglesia se une al Esposo celeste: sus pecados son lavados por Cristo en el Jordán, los Magos acuden a las bodas reales llevando regalos, el agua se ha transformado en vino en Caná y los invitados al banquete exultan de gozo. Aleluya". En realidad se puede decir que todos los domingos celebramos el misterio de la epifanía del Señor: en efecto, él se nos manifiesta en la Santa Liturgia Eucarística con los rasgos del resucitado, del que ha vencido el mal y la muerte y ha convertido la soledad en comunión y la tristeza en gozo. Cada domingo es Pascua, que es el momento de la más alta Epifanía del Señor. Y en el día del Señor somos sacados de nuestras casas y de nuestros ritmos cotidianos para ser admitidos ante la presencia de Dios, para escuchar Su Palabra, para dirigirLe nuestra oración y para gustar de la dulzura de Su mesa. Se actualiza lo que sucede en Caná de Galilea. Hasta el relato temporal del acontecimiento -se produce al final de la semana- nos ayuda a comprender el sentido eucarístico del milagro de Caná. El Evangelista recuerda que en los días precedentes Jesús estuvo con Juan Bautista en el Jordán, en el cuarto día llamó a los primeros discípulos y en el séptimo acude precisamente a Caná para participar en la fiesta de las bodas de dos amigos. Al escribir que: "Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea", el evangelista une el final de la semana con la Pascua, el inicio de una creación. El signo de Caná, por tanto, va mucho más allá del recuerdo del matrimonio. Lo que sucede en Caná une el reposo de la creación y el inicio del tiempo nuevo del Señor resucitado. Caná es la fiesta del cambio, es el día del renacimiento, es el día de la alegría de estar con el Señor, es el Domingo, el día de nuestra fiesta, el día en que somos reunidos y -como escribe el profeta Isaías- nos convertimos en "corona de adorno en la mano de Yahvé, y tiara real en la palma de tu Dios. No se dirá de ti jamás «Abandonada», ni de tu tierra se dirá jamás «Desolada», sino que a ti se te llamará «Mi Complacencia», y a tu tierra, «Desposada». Porque Yahvé se complacerá en ti, y tu tierra será desposada" (Is 62, 3-4). Deberíamos redescubrir en esta perspectiva la gracia del Domingo, el día en que el Señor nos toma de la mano como el esposo a la esposa el día del matrimonio.
El pasaje evangélico de Caná es quizá uno de los que mejor conocemos. Todos recordamos a la madre de Jesús que es la única en darse cuenta de que está acabando el vino. No está preocupada por ella o por su imagen. Sus ojos y su corazón miran y se preocupan de que todos sean felices, de que aquella fiesta no se vea turbada. La preocupación por aquellos jóvenes la empuja a dirigirse al Hijo para que intervenga: "No tienen vino". María sentía también suya aquella fiesta, sentía también suya la alegría de aquellos esposos. El sentido profundo de las palabras de María es aún más personal de lo que a primera vista puede parecer. De facto ella dice: "nosotros no tenemos vino". Es una actitud que deberíamos hacer nuestra cada día ante las muchas personas que necesitan ayuda, misericordia, perdón, amistad, solidaridad. ¿Cuándo podrán todas estas personas ver también ellas el milagro de Caná? ¿Cuándo podrá el Señor realizar para ellos el "signo" que salvó la fiesta aquel día en Caná? También hoy se necesitan los "signos" del Señor que manifiesten su fuerza de cambio. En Caná María indica el camino a los siervos: "haced lo que él os diga". Es el camino simple de la escucha del Evangelio que se nos indica también a nosotros, siervos del último momento. Es un camino que todos estamos invitados a recorrer. El cristiano es el que obedece al Evangelio, como hicieron aquellos siervos. Y la Iglesia, imitando a María, no deja de repetirnos: "haced lo que él os diga". A partir de la obediencia al Evangelio empiezan los signos del Señor, sus milagros en medio de los hombres.
El mandamiento que los siervos reciben del Señor es singular: "Llenad las tinajas de agua". Es una invitación simple, tan simple que casi nos empuja a no hacerla: ¿qué tiene que ver el agua en las tinajas con la falta de vino? Ellos no comprenden hasta el fondo el sentido de aquellas palabras, pero obedecen. Con frecuencia también a nosotros nos sucede que no comprendemos bien el sentido de las palabras evangélicas. Lo que cuenta es la obediencia al Señor. Él realizará el milagro. Después de haber llenado las tinajas, los siervos son invitados a llevar a la mesa cuanto han introducido en las tinajas. También este mandato resulta extraño. Pero obedecen una vez más. Y la fiesta se salva. Más aún, se podría decir que acaba in crescendo, como reconoce el mismo maestresala: "Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora". Así comenzó Jesús sus milagros en Caná de Galilea, advierte el evangelista. Hemos asemejado nuestros domingos al día de Caná, y podríamos comparar las seis tinajas de piedra con los seis días de nuestra semana. Llenémoslos como hicieron los siervos con la Palabra del Evangelio, dejemos que esta Palabra ilumine nuestros días: serán más dulces y hermosos. Caná puede ser verdaderamente la fiesta del Domingo que, a través del don del Evangelio, nos permite conservar el vino bueno del Señor durante toda la semana.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.