ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

III del tiempo ordinario
Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en Europa y en las Américas.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homilía

La liturgia de hoy nos hace partir de nuevo desde el comienzo del Evangelio. Es una invitación para todos, una cariñosa y dulce propuesta: para quien ya lo ha leído muchas veces, para quien nunca lo ha abierto, para quien se da cuenta de cuánto debe conocerlo. Escucharlo y leerlo nos ayuda a comprender el sentido verdadero de nuestra vida, es decir, la vocación a la que cada uno de nosotros está llamado. Retomar en mano el Evangelio puede parecer poco para una generación que consume fácilmente palabras y situaciones, que las enfatiza, a la búsqueda voraz de lo nuevo porque acepta muy poco ir en profundidad. Leer siempre el mismo Evangelio es la disciplina del hombre sabio que sabe extraer de su tesoro cosas nuevas y antiguas. A veces parece un repetir de lo que ya se sabe, pero con el tiempo y con la fatiga del corazón descubrimos su sentido y comprendemos qué nos pide hoy. ¡Qué útil es ponerse una regla, cada día, un tiempo para leer el Evangelio y rezar! Es la invitación de este Domingo en el que escuchamos los versículos del comienzo del Evangelio de Lucas que normalmente no son proclamados. ¡Leamos el Evangelio para no reducirlo todo a nosotros, para encontrar corazón, sentimientos y perdón! Leámoslo para tener ese poder que salía del cuerpo y de la palabra de Jesús; para que la tempestad del mundo encuentre la bonanza en aquella palabra que dice hoy al viento y al mar que se calmen.
La primera etapa que el evangelista recuerda es Nazaret. Aquí Jesús hace su primera predicación. Es sábado, y, como de costumbre, acude a la sinagoga. Durante la oración en la sinagoga cada israelita adulto puede leer y comentar la Escritura. Aquel día se presenta Jesús. El ministro ofrece a Jesús el Rollo de las Escrituras abierto por el libro del profeta Isaías. Hemos escuchado el pasaje leído por Jesús: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor". Terminada la lectura, Jesús cierra el Rollo. Todos tienen los ojos fijos en él, la maravilla es notable. Por lo que se deduce del Evangelio, Jesús no se había destacado mucho en Nazaret, no había seguido cursos de rabino ni había realizado hechos extraordinarios. Sólo últimamente se había oído que había empezado a hablar en otras pequeñas ciudades de Galilea. Es la primera vez que predica en Nazaret. ¿Qué dirá? La liturgia, casi forzándonos a entrar en esta escena evangélica, nos propone también la antigua asamblea del pueblo de Israel reunida alrededor del sacerdote Esdras. "Todo el pueblo lloraba, -es la primera lectura- al oír las palabras de la ley". Lloraba porque, finalmente, el Señor había vuelto a hablar, a reunirles y a ofrecerles la esperanza de una vida más hermosa. Ya no eran un pueblo abandonado, sin esperanza ni palabras. Se encendió en ellos la esperanza de que el mundo sería visitado por el Señor.
Jesús enrolla el volumen y lo depone. Se sienta. Todos lo miran con gran atención, subraya el evangelista, como para hacernos revivir esos corazones suspendidos en la escucha y en la espera. "Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy". ¡Jesús no comenta, cumple! "Hoy". La esperanza ya no es un sueño lejano, probable, indefinido, como si se redujera a una forma para soportar mejor las dificultades del presente. El tiempo ya no discurre sin orientación. Después de la Sinagoga de Nazaret, todos podemos ayudar al Señor para que se cumpla para muchos el Evangelio. "Hoy" ¡vengo a verte! "Hoy" ¡empiezo a decir esas palabras de amor que ya no sé pronunciar porque siempre me quedaron dentro! "Hoy" voy más allá del rencor, del miedo y del juicio; "hoy" elijo ser generoso, cambio de actitud y de rostro. "Hoy" pido perdón a quien he ofendido o traicionado. "Hoy" te ayudo, pobre hombre que pides y necesitas todo. "Hoy" queremos que los enfermos de África encuentren los medicamentos que un mundo injusto les quiere negar. "Hoy" podemos ayudar a salir de la prisión amarga de la soledad, de la opresión de la violencia y de la guerra. No lo postpongamos siempre para mañana, por pereza y miedo, por estúpido optimismo. Alcemos hoy los ojos y miremos los campos que ya blanquean. Abramos los ojos del corazón y creamos en el amor, poder del Señor, que él concede a los suyos, esperanza de los pobres y de los oprimidos. Es el hoy de Dios que no acaba nunca.
Cada vez que se proclama el Evangelio, como en este día, se cumple este "hoy" de Dios, el "hoy" de la liberación, el "hoy" de la fiesta, el "hoy" del Evangelio. Cada vez que se abre el Evangelio tenemos que escuchar cómo nos dice: "Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy". El hoy de Dios entra en nuestros corazones, en nuestros días, aunque todo lo que nos rodea nos empuje a no creer en nada, a no creer posible que este "hoy" extraordinario pueda llegar, a resignarnos a todos a lo inevitable. Nosotros creemos, por el contrario, que el hoy del Señor -esa fiesta de la que habla la primera lectura- llega para cada hombre y para cada mujer en todos los lugares de la tierra, incluso en aquellos que parecen más imposibles.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.