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Vigilia del domingo
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Recuerdo de la muerte de Gandhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la no violencia, trabajan por la paz.
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Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

Recuerdo de la muerte de Gandhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la no violencia, trabajan por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 6,1-9

Y ella dejó de llorar. Partió el muchacho en compañía del ángel, y el perro les seguía. Yendo de camino, aconteció que una noche acamparon junto al río Tigris. Bajó el muchacho al río a lavarse los pies, cuando saltó del agua un gran pez que quería devorar el pie del muchacho. Este gritó pero el ángel le dijo: «¡Agarra el pez y tenlo bien sujeto!» El muchacho se apoderó del pez y lo arrastró a tierra. El ángel añadió: «Abre el pez, sácale la hiel, el corazón y el hígado y guárdatelo, y tira los intestinos; porque su hiel, su corazón y su hígado son remedios útiles.» El joven abrió el pez y tomó la hiel, el corazón y el hígado. Asó parte del pez y lo comió, salando el resto. Luego continuaron su camino, los dos juntos, hasta cerca de Media. Preguntó entonces el muchacho al ángel: «Hermano Azarías, ¿qué remedios hay en el corazón, el hígado y la hiel del pez?» Le respondió: «Si se quema el corazón o el hígado del pez ante un hombre o una mujer atormentados por un demonio o un espíritu malo, el humo ahuyenta todo mal y le hace desaparecer para siempre. Cuanto a la hiel, untando con ella los ojos de un hombre atacado por manchas blancas, y soplando sobre las manchas, queda curado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta página describe el viaje de Tobías y Azarías hacia Ecbátana. Nosotros que leemos conocemos la identidad angelical de Azarías. Sin embargo, Tobías sigue ignorándola. Por su parte, el ángel educa al joven Tobías tanto con el ejemplo como con la palabra. El autor comienza la descripción del primer día de viaje. El acontecimiento principal de esta primera parte del camino es el episodio del pez: podemos ver en él los obstáculos que irremediablemente se interponen en nuestro camino. Tobías grita e inmediatamente el ángel le invita a no tener miedo y a tomar el gran pez (un pez grande es también el Leviatán que -en la Biblia- simboliza junto al mar la esencia del mal, tanto exterior como interior). Tobías obedece a la exhortación del ángel y consigue bloquear al pez. La palabra del ángel ha sido doblemente fuerte: ha dado vigor a Tobías y le ha permitido vencer el mal que se había abatido sobre él y que le impedía caminar por la vía de Dios. Además, el ángel hace que Tobías descubra que de aquel mal se puede extraer el bien: no sólo él ha sido liberado sino que puede curar también a otros. Como se puede advertir, el relato no hace intervenir a Azarías-Rafael de forma milagrosa. El compañero pide a Tobías que no sucumba ante el mal, que no se resigne al mordisco del pez. Tobías escucha y obedece. Es lo que sucede cada vez que el ángel de la Palabra de Dios nos exhorta a hacer el bien y combatir el mal. El Señor está junto a sus hijos y se alegra cuando obedecen a su Palabra. Decían los antiguos Padres del desierto: "Es imposible que Dios y sus ángeles no estén presentes cuando un hombre es tentado y pide ayuda". Ciertamente Azarías estaba junto a Tobías, pero sobre todo estaba en su corazón cuando le ha escuchado y ha puesto en práctica cuanto le decía. Tobías come una parte del pez y conserva la otra por lo que le sugiera el ángel. La narración alcanza su culmen con el encuentro entre Tobías y Sarra, que Azarías presenta como la mujer que sólo él puede esposar. Ante las palabras del ángel, Tobías manifiesta sus temores y sus perplejidades. Pero Azarías-Rafael le anima y le invita a no temer. Ante todo no debe tener miedo de obedecer a los consejos de su padre; y además, el humo del hígado y del corazón del pez quemados sobre el incensario ahuyentarán sin duda al demonio. Por último, y es el aspecto más importante, ellos deben rezar al Señor para que les ayude y les salve del mal. Azarías-Rafael - casi evocando el diálogo entre María y Gabriel- le dice: "para ti está destinada desde el principio". Su encuentro no es casual: el Señor conduce sus pasos para que se cumpla su obra. Esto es sin duda verdad para dos personas que contraen matrimonio, pero también para aquel encuentro entre hermanos y hermanas que da cuerpo a los lazos en la comunidad cristiana. El Señor nos ha predestinado para formar su familia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.