ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 12,1-21

Acabados los días de la boda, llamó Tobit a su hijo Tobías y le dijo: «Hijo, ya es tiempo de pagar el salario al hombre que te acompañó. Y le añadirás un sobresueldo.» Respondió Tobías: «Padre, ¿qué salario puedo darle? Aun entregándole la mitad de la hacienda que traje conmigo, no salgo perdiendo. Me ha guiado incólume, ha cuidado de mi mujer, me ha traído el dinero y te ha curado a ti. ¿Qué salario voy a darle?» Díjole Tobit: «Hijo, bien merece que tome la mitad de cuanto trajo.» Le llamó, pues, Tobías y le dijo: «Toma como salario la mitad de todo cuanto trajiste y vete en paz.» Entonces Rafael llevó aparte a los dos y les dijo: «Bendecid a Dios y proclamad ante todos los vivientes los bienes que os ha concedido, para bendecir y cantar su Nombre. Manifestad a todos los hombres las acciones de Dios, dignas de honra, y no seáis remisos en confesarle. Bueno es mantener oculto el secreto del rey y también es bueno proclamar y publicar las obras gloriosas de Dios. Practicad el bien y no tropezaréis con el mal. «Buena es la oración con ayuno; y mejor es la limosna con justicia que la riqueza con iniquidad. Mejor es hacer limosna que atesorar oro. La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado. Los limosneros tendrán larga vida. Los pecadores e inicuos son enemigos de su propia vida. «Os voy a decir toda la verdad, sin ocultaros nada. Ya os he manifestado que es bueno mantener oculto el secreto del rey y que también es bueno publicar las obras gloriosas de Dios. Cuando tú y Sarra hacíais oración, era yo el que presentaba y leía ante la Gloria del Señor el memorial de vuestras peticiones. Y lo mismo hacía cuando enterrabas a los muertos. Cuando te levantabas de la mesa sin tardanza, dejando la comida, para esconder un cadáver, era yo enviado para someterte a prueba. También ahora me ha enviado Dios para curarte a ti y a tú nuera Sarra. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor». Se turbaron ambos y cayeron sobre sus rostros, llenos de terror. El les dijo: «No temáis. La paz sea con vosotros. Bendecid a Dios por siempre. Si he estado con vosotros no ha sido por pura benevolencia mía hacia vosotros, sino por voluntad de Dios. A él debéis bendecir todos los días, a él debéis cantar. Os ha parecido que yo comía, pero sólo era apariencia. Y ahora bendecid al Señor sobre la tierra y confesad a Dios. Mirad, yo subo al que me ha enviado. Poned por escrito todo cuanto os ha sucedido.» Y se elevó. Ellos se levantaron pero ya no le vieron más. Alabaron a Dios y entonaron himnos, dándole gracias por aquella gran maravilla de habérseles aparecido un ángel de Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo 12 comienza con la anotación de la honestidad y la generosidad de Tobit y Tobías hacia Azarías-Rafael. Pero en este momento es Rafael quien toma la palabra. Les lleva aparte, como para indicar que quiere descender a las profundidades de su corazón, y les manifiesta la belleza y la fuerza de la oración unida a la limosna y al ayuno. No se trata de simples exhortaciones morales, sino de la indicación del camino que lleva a la salvación ya desde ahora. Ha sido la oración y la práctica de la limosna la que les ha protegido y salvado: "Practicad el bien y no tropezaréis con el mal. Buena es la oración con ayuno; y mejor es la limosna con justicia que la riqueza con iniquidad. Mejor es hacer limosna que atesorar oro. La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado. Los limosneros tendrán larga vida. Los pecadores e inicuos son enemigos de su propia vida" (vv. 7b-10). Es una enseñanza que hay que conservar y observar con gran cuidado todavía hoy, visto que muchos han extraviado su centralidad. Es necesario rezar al Señor no sólo por nosotros mismos sino por todos: el ángel del Señor lleva nuestra oración hasta el altar del cielo. Y la limosna, que muestra el comienzo de la misericordia, será correspondida por Dios con generosidad: los ángeles nos acompañarán en nuestro camino, la alegría de los pobres será para nosotros un viático de gracia. No es casualidad que Rafael revele su identidad precisamente en relación a la oración y al ayuno: "Cuando tú y Sarra hacíais oración, era yo el que presentaba y leía ante la Gloria del Señor el memorial de vuestras peticiones. Y lo mismo hacía cuando enterrabas a los muertos. Cuando te levantabas de la mesa sin tardanza, dejando la comida, para esconder un cadáver, era yo enviado para someterte a prueba. También ahora me ha enviado Dios para curarte a ti y a tu nuera Sarra" (vv. 12-14). En este momento revela también su nombre: Rafael; él está en presencia de Dios y sobre su altar deposita nuestra oración y nuestras pequeñas acciones de misericordia. Ante el ángel, Tobit y Tobías cayeron rostro en tierra, llenos de temor. Quizá también nosotros debemos volver a descubrir el temor y la atención hacia aquéllos que nos acompañan, como hizo el ángel con Tobías, alejándonos de la tentación de ser ángeles de nosotros mismos. Es el orgullo luciferino el que hizo capitular a aquellos ángeles que querían guiarse a sí mismos. Quien sabe reconocer al ángel de Dios junto a sí podrá estar seguro de que sus oraciones y sus obras de amor subirán al cielo, de la misma manera que subió Rafael: "yo subo al que me ha enviado... Y se elevó".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.