ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

VI del tiempo ordinario
Recuerdo de los santos Cirilo y Metodio, padres de la Iglesia eslava y patrones de Europa.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homilía

Podemos denominar este Domingo como el "Domingo de las bienaventuranzas o de la felicidad" por el pasaje extraído del famoso discurso evangélico. Jesús se encontraba en un momento especialmente delicado de su misión y comprendió que era necesario determinar la organización de aquel pequeño grupo que había reunido alrededor suyo. Se podría decir que debía transformarlo en una verdadera y auténtica comunidad, con hombres que fueran conscientes de ello y aceptasen el espíritu. Jesús pasó la noche en oración. Por lo demás, no había venido para hacer la suya, sino la voluntad del Padre. Y, podríamos decir, no debía simplemente organizar un grupo, sino edificar la comunidad según la voluntad del Padre. Podríamos pensar que ya habría hablado varias veces con los discípulos de su misión y también de la tarea que iba a encomendarles, implicándoles en su misma obra. En cuanto bajó del monte, Jesús se encontró ante una multitud muy numerosa: todos querían escucharle, tocarle, sentirle cerca. El evangelista, con un cierto estupor, advierte que también "los que eran molestados por espíritus inmundos" acudieron para ser liberados de su enfermedad. La multitud era muy diversa, también contradictoria, pero en una cosa estaban todos de acuerdo: esperaban una vida diferente, nueva, mejor de la que llevaban, y esperaban poderla encontrar a través de aquel joven profeta venido de Nazaret: "salía de él una fuerza que sanaba a todos".
Jesús, viendo aquella muchedumbre, decidió inaugurar una nueva fase de su misión con uno de los discursos más desconcertantes, precisamente el de las bienaventuranzas. En Lucas, a diferencia de Mateo, el discurso se pronuncia en el llano, como para permanecer al nivel de la gente cansada, extenuada, enferma, desesperada. Y no son palabras abstractas ni el manifiesto de una nueva ideología, ni mucho menos una exhortación para pocos héroes. En verdad eran palabras dirigidas a esos pobres, a esa gente que lloraba, a los que eran insultados y rechazados, a los que mendigaban un gesto para sí, a los que trataban de tocar con las manos al menos el filo del manto de aquel profeta.
Pero la bienaventuranza no nacía de la situación de miseria o de enfermedad en la que ellos se encontraban: sería cruel sostenerlo. La bienaventuranza se realizaba porque Dios había elegido ocuparse de ellos antes que de otros. Este es el tiempo nuevo que Jesús instauraba: Dios daba el pan a quien tenía hambre, transformaba en gozo el llanto de los afligidos, y en alegría la tristeza de los desesperados. El Reino "es" de los pobres, desde ahora, porque Dios está con ellos. El Evangelio no se deja llevar por un fácil y superficial moralismo sobre los "pobres buenos", como si su incómoda situación les hiciera moralmente mejores que los demás. No, los pobres son como todos nosotros, buenos y malos. La bienaventuranza nace de tener a Dios cerca porque se es pobre. Lo mismo les sucede a los enfermos y a los débiles, a los prisioneros y a los encarcelados. Todos ellos, dominados por el drama del sufrimiento, ya no deben desesperar: Dios les ha elegido como sus primeros amigos y sobre ellos derrama abundantemente su misericordia. Todo es profundamene humano. ¿Acaso no dedica una madre más tiempo al hijo enfermo que al sano?
Sin embargo, es también verdad que los pobres sienten más que los ricos la necesidad de ayuda, la necesidad de pedir limosna, de elevar la voz para pedir auxilio. El rico está saciado y difícilmente espera un cambio radical en su vida, difícilmente siente su límite y su radical debilidad; por el contrario, es fácil que piense que no necesita a nadie. Lo sabemos bien por propia experiencia. Por eso el Evangelio, a través de contrastes, añade a los cuatro "Bienaventurados" otros cuatro "¡ay de vosotros!": ay de vosotros, los ricos; ay de vosotros los que ahora estáis hartos; ay de vosotros los que reís ahora; ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros. "Ay de vosotros", porque en estos momentos es más fácil sentirse autosuficientes y para nada necesitados, ni siquiera de Dios. El rico que hay en cada uno de nosotros corre el riesgo de replegarse tanto sobre sí mismo hasta quedar prisionero. "Ay de nosotros", cuando dejamos que prevalezca el rico que hay en nosotros. Jesús no quiere exaltar la pobreza en sí misma ni tampoco condenar la riqueza en sí misma. La salvación no depende del estado en que uno se encuentre sino del sentirse, o mejor dicho, del ser hijos de Dios. Si nosotros ricos nos acercamos a Dios, los pobres serán bienaventurados porque junto al Señor nos tendrán cerca también a nosotros como sus hermanos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.