ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 1,4-11

Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír. Lo que fue, eso será;
lo que se hizo, ese se hará.
Nada nuevo hay bajo el sol. Si algo hay de que se diga: "Mira, eso sí que es nuevo", aun eso ya sucedía en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El horizonte que Cohélet tiene por delante es la creación entera y el discurrir de las generaciones: toda la realidad está en un continuo cambio (el adjetivo "todo" se repite 91 veces en este pequeño libro). Hay un fatigoso ir y venir de todas las cosas, y sin embargo "nada nuevo hay bajo el sol" (v. 9). La creación -sugiere Cohélet- parece estar condenada a un perpetuo movimiento sin meta alguna: una especie de movimiento similar al del viento que va y viene (v. 6). No es el viento del Espíritu que aleteaba sobre las aguas en la creación, ni tampoco el viento dulce de la teofanía sinaítica de Elías, ni el viento que "renueva la faz de la tierra" como canta el salmista (Sal 104, 30). Ahora es sólo una maraña que agita la creación sin meta ni fin. El autor subraya así el límite radical que envuelve el movimiento de los hombres y de las cosas. El hombre, inmerso en este remolino de la debilidad, no consigue decir la última palabra sobre nada: ¡no acaba nunca ni de discutir ni de comprender! Sus discursos y sus teorías son una incesante e inacabada búsqueda: "Todas las cosas cansan. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír" (v. 8). Todo, el hombre y la naturaleza, todo es arrollado por la inestabilidad: "Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará" (v. 9), como un efímero torbellino donde no es posible ninguna novedad verdadera y estable. Incluso la memoria del pasado (v. 11) se desvanece. Estamos lejos del salmista que afirma: "el justo dejará un recuerdo estable" (112, 6). Tanto la naturaleza como el hombre cuentan una historia monótona que se repite y vuelve a comenzar de nuevo allí donde empezó, y que sólo habla de fatiga y cansancio, de insatisfacción y frustración: los ojos de los hombres y sus oídos no encuentran satisfacción ni en los fenómenos naturales ni en las obras humanas (v. 8). Tampoco la ciencia comprende el sentido profundo de la historia: no comprende la mutación de las cosas que no desemboca en nada verdaderamente nuevo y estable. Si "lo que fue", es decir, los fenómenos naturales, y "lo que se hizo" (v. 9), es decir, la historia humana, no producen una auténtica "novedad", ¿dónde encontrar el sentido, el "cumplimiento" de este infinito "girar" (v. 6)? Todo sigue apareciendo como envuelto por un no-sentido. Una actitud de resignación podría encontrar aquí su justificación. Y con frecuencia se repite: no se puede cambiar nada, todo es siempre igual. Pero Cohélet no sostiene un "eterno retorno de todas las cosas". Por el contrario, permite intuir que hay un "fin" para la existencia humana (cf. 12, 7 y 12, 14) puesto que Dios es el creador (12, 1). Pero no habla de Dios. En esto se acerca a la situación de Job. Una cosa es cierta para Cohélet: es imposible que lo "nuevo" (vv. 9. 10) venga del hombre. Pero leyendo este pequeño libro en el contexto de toda la Escritura comprendemos que la estabilidad y el sentido de la vida brotan de Dios. Y los profetas nos lo recuerdan: "he aquí que yo lo renuevo", dice el Señor por medio de Isaías (43, 19).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.