ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 1,12-18

Yo, Cohélet, he sido rey de Israel, en Jerusalén. He aplicado mi corazón a investigar y explorar con la sabiduría cuanto acaece bajo el cielo. ¡Mal oficio éste que Dios encomendó a los humanos para que en él se ocuparan! He observado cuanto sucede bajo el sol y he visto que todo es vanidad y atrapar vientos. Lo torcido no puede enderezarse,
lo que falta no se puede contar. Me dije en mi corazón: Tengo una sabiduría grande y extensa, mayor que la de todos mis predecesores en Jerusalén; mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia. He aplicado mi corazón a conocer la sabiduría, y también a conocer la locura y la necedad, he comprendido que aun esto mismo es atrapar vientos, pues: Donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Con una ficción literaria, Cohélet se pone en el lugar de Salomón, rey sabio por excelencia. Y con una narración que tiene el sabor del testamento quiere dar autoridad regia a sus palabras. Éstas, en realidad, son demoledoras: el trono está agrietado, el saber es miseria, la belleza es deforme, el placer es amargo, la acción es vacía. La única verdad es el hebel, el soplo de viento. La pregunta de fondo que contiene toda la narración sería algo así "¿qué es bueno que hagan los hijos del hombre?" (cf. 2,3). ¿Qué conducta produce el bien y por tanto procura la felicidad? ¿Qué "bien" da al hombre la felicidad? ¿Es la riqueza, el poder, la sabiduría, el placer? En los versículos 12-18 el autor describe dos aspectos cruciales alrededor de los cuales se desarrolla la vida: pensar y hacer. Ante todo pensar, o mejor dicho, la búsqueda de la sabiduría, la que implica a toda la persona (el "corazón"), y que permite conocer en profundidad la historia humana, comprender su sentido, para poderla interpretar y por tanto conducir. Pero plantea de inmediato la amarga constatación: tal búsqueda es una ocupación penosa, es un "mal oficio" por el que los hombres se afanan en vano. Es verdad que Dios ha dado a los hombres este deseo de conocimiento. Pero es vano. La búsqueda es como un soplo de viento (hebel); es más, se presenta como una maldición. La vanidad del conocimiento y del actuar humano es confirmada por un proverbio: "Lo torcido no puede enderezarse, lo que falta no se puede contar" (v. 15). Más adelante el autor cita la primera parte: "Mira la obra de Dios: ¿quién podrá enderezar lo que él torció?" (7, 13). La fatiga del saber no lleva a ningún cambio y, por tanto, tampoco a la felicidad. Cohélet continúa complaciéndose -es la segunda escena- de su compromiso por la búsqueda de la sabiduría: "con mi reflexión he adquirido enorme sabiduría y ciencia" (v. 16). Él ha tratado de comprender qué es la sabiduría y la necedad, el saber y la locura (v. 17), pero tal búsqueda de sabiduría es sólo "atrapar vientos", es decir, "nada". Podríamos decir que el autor, subrayando los dos polos extremos de "sabiduría y locura", "saber y necedad", estigmatiza dos actitudes convergentes: dejarse llevar por la tentación de omnipotencia olvidando el propio límite como criaturas, o bien no dejarse implicar por nada con tal de permanecer siempre iguales a sí mismos. La conclusión que Cohélet recoge lleva como firma un trágico proverbio: "Donde abunda sabiduría, abundan penas, quien acumula ciencia, acumula dolor" (v. 18). Obviamente no se quiere elogiar la necedad y la ignorancia. En todo caso, muchas penas y dolor vienen de una vida carente de una decisión definitiva: se queda a merced del viento.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.