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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Fiesta de la cátedra de San Pedro.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Fiesta de la cátedra de San Pedro.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 2,1-11

Hablé en mi corazón: ¡Adelante! ¡Voy a probarte en el placer; disfruta del bienestar! Pero vi que también esto es vanidad. A la risa la llamé: ¡Locura!; y del placer dije: ¿Para qué vale? Traté de regalar mi cuerpo con el vino, mientras guardaba mi corazón en la sabiduría, y entregarme a la necedad hasta ver en qué consistía la felicidad de los humanos, lo que hacen bajo el cielo durante los contados días de su vida. Emprendí mis grandes obras; me construí palacios, me planté viñas; me hice huertos y jardines, y los planté de toda clase de árboles frutales. Me construí albercas con aguas para regar la frondosa plantación. Tuve siervos y esclavas: poseí servidumbre, así como ganados, vacas y ovejas, en mayor cantidad que ninguno de mis predecesores en Jerusalén. Atesoré también plata y oro, tributos de reyes y de provincias. Me procuré cantores y cantoras, toda clase de lujos humanos, coperos y reposteros. Seguí engrandeciéndome más que cualquiera de mis predecesores en Jerusalén, y mi sabiduría se mantenía. De cuanto me pedían mis ojos, nada les negué ni rehusé a mi corazón ninguna alegría; toda vez que mi corazón se solazaba de todas mis fatigas, y esto me compensaba de todas mis fatigas. Consideré entonces todas las obras de mis manos y el fatigoso afán de mi hacer y vi que todo es vanidad y atrapar vientos, y que ningún provecho se saca bajo el sol.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El pseudo-Salomón propone la experiencia de la embriaguez del placer y del producir como camino hacia el "bien" y, por tanto, a la "felicidad". La conclusión será que el placer satisface una necesidad pero no da el "sentido", colma pero sólo por un momento y, por el contrario, deja que el vacío permanezca. Y acaba con un proverbio: "A la risa llamé locura, y del placer dije: ¿Para qué vale?". La risa no procura ningún sentido al vivir, y el placer no realiza nada que sea digno de ser perseguido. El placer, separado de la sabiduría y de la ciencia, deja insatisfechos, y la risa es propia de los necios (7,6). En efecto, si la sabiduría ha resultado un puñado de palabras vacías, todavía más lo será una vida de placeres, de vinos refinados, de frenética actividad edificadora y lúdica. El autor describe la búsqueda del placer en diferentes sectores de la vida. Ha intentado entregarse al vino, símbolo clásico de la alegría. No buscaba una simple ebriedad, en efecto, no quería ser arrollado por ella: mientras con la boca bebía, el alma estaba en otro lugar. Su intención era gustar una alegría que implicase tanto el corazón como el cuerpo (con frecuencia en estas ocasiones de fiesta se danzaba). Esta experiencia, que incluso llegaba a satisfacerle por su implicación, se reveló como un puñado de viento. El pseudo-Salomón emprende después una especie de "viaje" en el campo del placer buscando satisfacer cada uno de sus deseos. Se suceden diferentes tipologías humanas. Ante todo aparece el hombre que busca el sentido de la vida construyendo casas, plantando viñas y jardines, realizando construcciones suntuosas provistas de albercas y lagos (vv. 4-5). Después aparece el hombre que busca la felicidad en las posesiones: tiene siervos y esclavas, ganados y rebaños, oro y plata, tributos de reyes y de provincias. Y al final aparece el hombre que goza de la vida, que se rodea de cantores y cantoras, de mujeres y concubinas. Con todas estas experiencias, el pseudo-Salomón quería ser "grande" y poderoso: "Nada negué a mis ojos de cuanto me pedían" (v. 10). Quería extraer de la vida el máximo de placer. En la conclusión (v. 11), echa la mirada atrás para ver todo lo que ha experimentado y construido. No esconde que alguna recompensa ha obtenido y que algo de satisfacción ha experimentado, pero debe constatar con profunda amargura que no ha encontrado ni alegría ni satisfacción: "todo" ha sido efímero, transitorio, desilusionante. Y las satisfacciones momentáneas dejan todavía más amarga la vida. La riqueza, el placer y las obras han sido ídolos ante los que ha sacrificado su misma vida. En verdad, sacrificándola ante estos altares, ha perdido su vida y no ha encontrado la felicidad. En este pasaje el autor no menciona nunca la "ley" como medida de su comportamiento; la única medida ha sido su propia satisfacción. Y la única verdad es la que ya ha profesado: "ningún provecho se saca bajo el sol" (v. 11). Todo es "hebel": sólo Dios permanece firme.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.