ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 3,1-15

Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer,
y su tiempo el morir;
su tiempo el plantar,
y su tiempo el arrancar lo plantado. Su tiempo el matar,
y su tiempo el sanar;
su tiempo el destruir,
y su tiempo el edificar. Su tiempo el llorar,
y su tiempo el reír;
su tiempo el lamentarse,
y su tiempo el danzar. Su tiempo el lanzar piedras,
y su tiempo el recogerlas;
su tiempo el abrazarse,
y su tiempo el separarse. Su tiempo el buscar,
y su tiempo el perder;
su tiempo el guardar,
y su tiempo el tirar. Su tiempo el rasgar,
y su tiempo el coser;
su tiempo el callar,
y su tiempo el hablar. Su tiempo el amar,
y su tiempo el odiar;
su tiempo la guerra,
y su tiempo la paz. ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? He considerado la tarea que Dios ha puesto a los humanos para que en ella se ocupen. El ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el mundo en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin. Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios. Comprendo que cuanto Dios hace es duradero. Nada hay que añadir ni nada que quitar.
Y así hace Dios que se le tema. Lo que es, ya antes fue;
lo que será, ya es.
Y Dios restaura lo pasado.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Abandonado el disfraz de pseudo-Salomón, el autor propone una larga meditación sobre el tiempo. En la literatura bíblica sapiencial, con frecuencia se subraya que toda cosa tiene "su tiempo": un árbol da frutos "a su tiempo" (Sal 1, 3), el trigo se recoge "a su tiempo" (Jb 5, 26), las aves migratorias conocen "su tiempo" (Jr 8, 7), hasta la palabra tiene "su tiempo" (Pr 15, 23). Y el conocimiento del "tiempo" es signo de sabiduría. Con esta composición de siete pares dobles de "polarismos", Cohélet quiere abrazar toda la vida humana al ritmo de las diferentes "estaciones" o "acontecimientos". Toda la vida del hombre, desde el nacimiento a la muerte, sigue el ritmo de la dialéctica de los polos opuestos que el autor propone como una larga letanía de los tiempos que tejen toda la existencia. Pero no es el hombre quien teje su vida. No somos nosotros los que elegimos nacer o morir (v. 2), y mucho menos podemos eliminar los "polos" que acompasan nuestra vida. En todo hay un orden: "Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo" (v. 1). La lista propuesta quiere alejar la idea del desorden. Pero no le ha sido concedido al hombre conocer su sentido y mucho menos poderlo conducir. Cohélet subraya la miseria del conocimiento humano. La misma ciencia es un "hacer" múltiple y variado, pero carente de sentido. El hombre se fatiga para obtener resultados, para alcanzar metas, para construir el "mundo", pero no es su dueño. ¿Por qué afanarse si no puede gozar? Cohélet aleja la idea de que Dios se haya equivocado y recuerda que "ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo": por tanto, es bello nacer y es bello morir; es bello amar y también odiar, y así sucesivamente. Toda la creación tiene su armonía íntima. Ben Sira también escribe: "¡Qué hermosas son todas las obras del Señor!, todas sus órdenes se cumplen a su tiempo. …No hay por qué decir: ¿Qué es esto? Y esto ¿para qué sirve?, pues todo ha sido creado con un fin…. No hay por qué decir: Esto es peor que aquello, porque todo será reconocido en su momento" (Eclo 39, 16. 21. 33). La experiencia nos dice que la vida es muy difícil de vivir (v. 10) y de comprender: "el hombre no es capaz de descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin" (v. 11). Pero Dios "también ha puesto el conjunto del tiempo en sus corazones". Es verdad que el hombre no consigue comprender el sentido de los "tiempos" que se suceden, pero puede percatarse de la "eternidad", el tiempo de Dios. Precisamente en la conciencia de su límite, el hombre se abre al sentido del misterio de Dios del que nada escapa. Todo tiene un sentido, aunque el hombre no consiga comprender todo el discurrir de los tiempos "de principio a fin". La conciencia de la propia y radical finitud nos empuja a fiarnos del Señor. Este es el sentido del "temor de Dios" que Cohélet propone a la conciencia humana. En este camino del "respeto de Dios" descubrimos que todo nos ha sido dado y que, aunque no comprendamos el sentido profundo de este don que es la vida, podemos gozar de ella sabiendo que todo viene de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.