ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 3,16-22

Todavía más he visto bajo el sol:
en la sede del derecho, allí está la iniquidad;
y en el sitial del justo, allí el impío. Dije en mi corazón: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un tiempo para cada cosa y para toda obra. Dije también en mi corazón acerca de la conducta de los humanos: sucede así para que Dios los pruebe y les demuestre que son como bestias. Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra; y ambos tienen el mismo aliento de vida. En nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad. Todos caminan hacia una misma meta;
todos han salido del polvo
y todos vuelven al polvo. ¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de vida de la bestia desciende hacia abajo, a la tierra? Veo que no hay para el hombre nada mejor que gozarse en sus obras, pues esa es su paga. Pero ¿quién le guiará a contemplar lo que ha de suceder después de él?

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

La reflexión de Cohélet se dirige hacia la sociedad humana. La experiencia de la injusticia, de la explotación y de la opresión está bajo los ojos de todos. El autor escribe: "he visto bajo el sol", es decir, es más que evidente el hecho de que en los lugares donde debería reinar el derecho hay iniquidad, y donde debería aplicarse la justicia reina sin embargo la impiedad. También Job denunciará la perversión del derecho, acusando a Dios mismo: "Deja la tierra en poder del malvado y tapa los ojos de los magistrados; ¿quién sino él lo hace?" (9, 24). También los profetas clamarán contra la corrupción que se abatía con violencia sobre todo contra los débiles y los pobres. En cualquier caso, Cohélet afirma que Dios vendrá a juzgar con justicia: castigará a los impíos y devolverá los derechos a los inocentes. La congoja es tan dramática que empuja al autor a comparar el comportamiento de los hombres con el de las bestias: la codicia y los instintos egocéntricos empujan a los hombres a prevaricar sobre los débiles y a devorarse unos a otros: "son como bestias" (v. 18). Pero Cohélet recuerda que todos, los hombres y los animales, van al encuentro de la misma "suerte": la muerte. Pero ambos son hebel, están marcados por una debilidad radical. Cohélet juega con las palabras hebreas rûah (= soplo de vida) y hebel (= soplo del viento): los hombres y los animales tienen la vida, pero son igualmente efímeros como un soplo del viento. Y la muerte los reúne en el mismo "lugar", el sheòl. Todos vienen del polvo y al polvo volverán (v. 20). Y Cohélet hace tambalear friamente la convicción de que el espíritu del hombre suba a lo alto: "¿Quién sabe?" (v. 21). Queda el interrogante: ¿qué hacer si, ante la injusticia dominante en el mundo, está la certeza en la intervención salvífica de Dios pero no la de una vida beata después de la muerte? Además, la "justicia de Dios" no siempre es visible en este mundo, es más, a veces la muerte imprevista de los justos parece incluso contradecirla. Por tanto, al hombre no le queda más que gozar de sus obras, de la "porción" que Dios le entrega. En cualquier caso, Cohélet cree que "Dios juzgará al justo y al impío" (v. 17); éste es el saber de la fe. Mientras, la experiencia constata que el hombre es mortal como los animales y que no puede ir más allá de un interrogante que deja abierta la puerta sobre un posible cumplimiento. El único bien posible para el hombre es gozar de lo que hace, sabiendo bien que no sabemos nada más allá del momento que se escapa (v. 22).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.