ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 4,4-6

He visto que todo afán y todo éxito en una obra excita la envidia del uno contra el otro. También esto es vanidad y atrapar vientos. El necio se cruza de manos,
y devora su carne. Más vale llenar un puñado con reposo que dos puñados con fatiga
en atrapar vientos.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Cohélet continúa su observación de la vida humana, estigmatizando el inmenso poder que ejercen la envidia y la competitividad en la sociedad. El juicio es severo: la competitividad desenfrenada, la carrera hacia el beneficio, el sacrificar la propia vida a las ganancias, todo esto es "hebel", un soplo de viento. Las posesiones y el dinero, en resumen, no traen la felicidad sino sólo inquietud, insatisfacción, celos y aislamiento. No se pretende condenar el trabajo sino sólo su abuso de los demás. La reprobación de esta actitud conlleva también la reprobación de lo opuesto, es decir, de una vida indolente y resignada. El autor cita a tal efecto un antiguo proverbio: "El necio se cruza de brazos, y se consume a sí mismo" (v. 5). Ante estos dos retratos, el del trabajador empedernido y el del ocioso total, Cohélet introduce lo que podríamos llamar el justo medio: "Más vale un puñado con reposo que dos puñados con fatiga". Hoy lo traduciríamos en términos de una vida más serena y mesurada, de forma que la mano que ha quedado libre sea para ayudar a cualquiera que esté peor que nosotros y tenga necesidad de ayuda.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.