ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 7,11-24

Tan buena es la sabiduría como la hacienda, y aprovecha a los que ven el sol. Porque la sabiduría protege como el dinero,
pero el saber le aventaja en que hace vivir al que lo
posee. Mira la obra de Dios:
¿quién podrá enderezar lo que él torció? Alégrate en el día feliz
y, en el día desgraciado, considera
que, tanto uno como otro, Dios lo hace
para que el hombre nada descubra de su porvenir. En mi vano vivir, de todo he visto:
justos perecer en su justicia,
e impíos envejecer en su iniquidad. No quieras ser justo en demasía,
ni te vuelvas demasiado sabio.
¿A qué destruirte? No quieras ser demasiado impío,
ni te hagas el insensato.
¿A qué morir antes de tu tiempo? Bueno es que mantengas esto sin dejar aquellos de la mano,
porque el temeroso de Dios con todo ello se sale. La sabiduría da más fuerza al sabio que diez poderosos que haya en la ciudad. Cierto es que no hay ningún justo en la tierra
que haga el bien sin nunca pecar. Tampoco hagas caso de todo lo que se dice, para que no oigas que tu siervo te denigra. Que tu corazón bien sabe cuántas veces también tú has denigrado a otros. Todo esto lo intenté con la sabiduría. Dije: Seré sabio. Pero eso estaba lejos de mí. Lejos está cualquier cosa, y profundo, lo profundo: ¿quién lo encontrará?

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Según la tradición sapiencial que nos transmite Cohélet, la sabiduría y el dinero se consideran los tesoros más preciosos que un hombre pueda tener (v. 11); de hecho son como dos sombras que dan cobijo (v. 12a). Pero Cohélet responde que en realidad son impotentes, y no constituyen ninguna "ventaja" si no se tiene la capacidad de disfrutar aquello que se posee. E invita a ser realistas: si Dios ha hecho una cosa torcida, ni siquiera el más sabio puede enderezarla. El hombre no puede establecer la sucesión de los días felices y desgraciados, no puede cambiarlos o transformarlos, y mucho menos preverlos; no está en su poder dirigir a su gusto el curso de la historia. Al hombre no le queda sino disfrutar de los bienes que tiene y saborear los días felices que se le otorgan, mientras que en los días desgraciados se le invita a "considerar" la precariedad de la vida humana. El curso de la vida escapa al dominio del hombre, que no puede "descubrir su porvenir" (v. 14). La verdadera sabiduría es disfrutar lo bueno que el presente ofrece, recibiéndolo de manos de Dios, y no rebelarse por los días desgraciados. Cohélet, que tiene en gran estima la sabiduría, invita sin embargo a no hacer de ella una especie de fetiche intangible; es una virtud que se debe poner en práctica con realismo y desapego. De hecho, si la sabiduría y la justicia no constituyen una garantía de éxito, no vale la pena gastar toda la vida sólo por conseguirlas (v. 16); pero también es cierto que, aunque ni siquiera la maldad y la insensatez son la solución de todo, tampoco vale la pena abandonarlas completamente (v. 17). Resulta en verdad paradójico el consejo de no exagerar ni en la justicia ni en la maldad, pues en ambos casos se va hacia la ruina: "Bueno es agarrar esto sin dejar aquello de la mano" (v. 18). Cohélet no propone sin embargo una especie de doctrina del justo medio, sino que pide vivir en "el temor de Dios", ponerse totalmente en sus manos porque el que lo hace "de todo sale bien parado" (v. 18).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.