ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 8,10-17

Por ejemplo, he visto a gente mala llevada a la tumba. Partieron del Lugar Santo, y se dio al olvido en la ciudad que hubiesen obrado de aquel modo. ¡Otro absurdo!: que no se ejecute en seguida la sentencia de la conducta del malo, con lo que el corazón de los humanos se llena de ganas de hacer el mal; que el pecador haga el mal veces ciento, y se le den largas. Pues yo tenía entendido que les va bien a los temerosos de Dios, a aquellos que ante su rostro temen, y que no le va bien al malvado, ni alargará sus días como sombra el que no teme ante el rostro de Dios. Pues bien, un absurdo se da en la tierra:
Hay justos a quienes les sucede cual corresponde a las
obras de los malos,
y malos a quienes sucede cual corresponde a las obras
de los buenos.
Digo que este es otro absurdo. Y yo por mí alabo la alegría, ya que otra cosa buena no existe para el hombre bajo el sol, si no es comer, beber y divertirse; y eso es lo que le acompaña en sus fatigas en los días de vida que Dios le hubiera dado bajo el sol. Cuanto más apliqué mi corazón a estudiar la sabiduría y a contemplar el ajetreo que se da sobre la tierra - pues ni de día ni de noche concilian los ojos el sueño - fui viendo que el ser humano no puede descubrir todas las obras de Dios, las obras que se realizan bajo el sol. Por más que se afane el hombre en buscar, nada descubre, y el mismo sabio, aunque diga saberlo, no es capaz de descubrirlo.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

En general se piensa que los buenos, es decir, los que respetan a Dios, tienen una vida feliz, mientras que los malvados tienen una vida infeliz. En realidad, dice Cohélet, la experiencia nos muestra lo contrario: vemos personas malvadas que reciben honores y reconocimiento. Escribe: "He visto a malvados conducidos a la tumba; vuelve la gente del Lugar Sagrado, y se olvidan en la ciudad del modo en que obraron" (v. 10). Los honestos, por el contrario, son olvidados. La doctrina afirma que el temor de Dios es garantía de éxito y de larga vida, pero la experiencia parece no fijar ninguna "ley": puede ocurrir que haya justos desgraciados y malvados felices (v. 14). En verdad nadie puede decir que se haya merecido lo que tiene; la justicia y la maldad no pueden ser medidas a partir de las condiciones de vida que disfrutan los hombres. Dicho de otro modo, incluso la felicidad prescinde de los resultados que se obtienen en la vida: el bien se hace por sí mismo, no porque obtengamos un beneficio haciéndolo. Puede ocurrir que haciendo el bien llegue incluso el dolor y el sufrimiento. ¿Qué hacer entonces? El mejor camino a seguir en la vida -recuerda una vez más Cohélet- es disfrutar de cuanto ofrece el momento presente, es decir, "comer, beber y divertirse" (v. 15). Es decir, saber acoger cada alegría como don de Dios es un ejercicio de fe que libera de la desesperante obsesión de deber "construir" la felicidad. Descubriríamos muchas más alegrías si no nos dejáramos atrapar por el afán de "fabricárnoslas" con nuestras manos, de "conquistárnoslas". Es cierto que no faltarán fatigas y sufrimientos, pero no existe una receta para ser felices. Es necesario estar atentos a recoger esa porción de alegría que Dios no escatima a nadie. Cohélet compara el ajetreo del hombre sobre la tierra (v. 16) y todas las obras que se realizan bajo el sol (v. 17) con la obra misma de Dios (v. 17). Es como decir que la acción humana no está nunca separada del obrar de Dios: hay una presencia de Dios en la historia humana pero al hombre le cuesta comprenderla. La sabiduría humana se detiene ante la alteridad de Dios. El hombre no puede comprender "todas las obras de Dios"; como máximo puede comprender una pizca de su sentido. El sabio no es el que lo comprende todo sino el que decide abandonarse al "misterio" de Dios, de cuya presencia en la historia humana capta apenas un retazo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.