ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 11,1-8

Echa tu pan al agua,
que al cabo de mucho tiempo lo encontrarás. Reparte con siete, y también con ocho,
que no sabes qué mal puede venir sobre la tierra. Si las nubes van llenas,
vierten lluvia sobre la tierra,
y caiga el árbol al sur o al norte,
donde cae el árbol allí se queda. El que vigila el viento no siembra,
el que mira a las nubes no siega. Como no sabes cómo viene el espíritu a los huesos en el vientre de la mujer encinta,
así tampoco sabes la obra de Dios que todo lo hace. De madrugada siembra tu simiente
y a la tarde no des paz a tu mano.
Pues no sabes si es menor esto o lo otro
o si ambas cosas son igual de buenas. Dulce es la luz
y bueno para los ojos ver el sol. Si uno vive muchos años,
que se alegre en todos ellos,
y tenga en cuenta que los días de tinieblas muchos
serán,
que es vanidad todo el porvenir.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Cohélet recuerda al creyente la incertidumbre sobre el futuro, y por tanto la precariedad de la vida: "No sabes qué mal puede venir sobre la tierra" (v. 2). Nadie tiene garantías sobre el futuro. La tentación podría llevar a la resignación o a la desesperación. Cohélet ejemplifica observando que hay quien vigila el viento y por esperar el momento ideal no siembra, y quien, observando las nubes tratando de pronosticar el momento oportuno para la siega, acaba por no segar nunca (v. 4). Es cierto que a veces se puede razonablemente prever lo que sucederá, como cuando se ven las nubes oscuras y densas, llenas de agua, pero también es cierto que no se puede prever si un árbol que cae lo hará hacia el norte o hacia el sur (v. 3). En resumen, la acción en la vida comporta siempre un margen de riesgo; la sabiduría exige que de cualquier modo que se obre, se invierta en la vida. Éste es el sentido del consejo de "mandar el grano por el mar" (v. 1), es decir, de intentar cualquier inversión económicamente arriesgada, o de dar generosamente a los demás dividiendo "en siete partes, o incluso en ocho" (v. 2), es decir, dividir el propio patrimonio en inversiones separadas, de forma que si una va mal quede la posibilidad de que otra vaya bien. El hombre no puede conocer el futuro, que está en manos de Dios. Es como decir que no se puede conocer el misterio mismo de Dios: "Si no sabes cómo entra el espíritu en los miembros en el vientre de la mujer encinta, tampoco sabrás la obra de Dios que todo lo hace" (v. 5). Cohélet no quiere sin embargo empujar a la pereza resignada o a la desesperación, al contrario, exhorta a trabajar: a sembrar por la mañana y a trabajar hasta la tarde (v. 6), aunque no sepamos cuáles serán los resultados. En todo caso es necesario obrar con determinación aunque pueda ocurrir una desgracia. El futuro nunca está totalmente predeterminado (cf. 9, 1), pero uno no puede titubear. Es necesario vivir aprendiendo a disfrutar de lo que se tiene en el presente: "Si uno vive muchos años, que sepa disfrutarlos todos" (v. 8). El creyente sabe, en cualquier caso, que "es vanidad todo el porvenir" (v. 8). Por ello Cohélet continúa exhortando a disfrutar la vida presente pero sin hacerse inútiles ilusiones, y se lo dice incluso a los jóvenes, quizá a su joven discípulo: "Disfruta, muchacho, en tu juventud". Cohélet cree que cada instante de vida es un don de Dios y por tanto hay que disfrutarlo: "a sabiendas de que por todo ello te juzgará Dios". La vida no es un juego sin sentido ni tampoco fatiga sin alegría, pero ya que la juventud pasa pronto Cohélet exhorta a disfrutar de la vida, aunque sin la obsesión consumista del que quiere consumir con frenesí todas las cosas.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.