ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en el altar. Recuerdo de la masacre de las fosas ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en el altar. Recuerdo de la masacre de las fosas ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 8,31-42

Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad
y la verdad os hará libres.» Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo:
todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre;
mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad,
seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham;
pero tratáis de matarme,
porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo
lo que he visto donde mi Padre;
y vosotros hacéis
lo que habéis oído donde vuestro padre.» Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham.» Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham,
haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme,
a mí que os he dicho la verdad
que oí de Dios.
Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre.»
Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la
prostitución; no tenemos más padre que a Dios.» Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí,
porque yo he salido y vengo de Dios;
no he venido por mi cuenta,
sino que él me ha enviado.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Esta página evangélica se enmarca en la tensión que se había creado entre la primera comunidad de discípulos de Jesús y el judaísmo. Los primeros cristianos fueron duramente puestos a prueba por la hostilidad de los judíos que reivindicaban la tradición de la ley mosaica. El evangelista Juan se apresura a recordar a los discípulos que "permanezcan" en la Palabra de Jesús, es decir, no sólo que la escuchen sino que le sean fieles, pidiéndoles casi que habiten en la Palabra como si fuera su propia casa. En efecto, la Palabra recibida y escuchada con fidelidad es la verdadera casa que habita el cristiano: su vida está como envuelta por el Evangelio. Es el yugo dulce del Evangelio que nos libera de las duras cadenas del amor sólo por uno mismo. La libertad no nace de una ley o de una fuerza de la voluntad, y ni siquiera de la pertenencia, aunque sea a la "estirpe de Abrahán"; la libertad es el fruto de la adhesión a Jesús con la totalidad de la propia vida. Ante esta predicación los judíos se rebelaron contra Jesús porque con ella les declaraba esclavos. Existe una presunción en el esclavo, que es precisamente la de negar la propia esclavitud, porque es más cómodo, protege de las responsabilidades y del cansancio de buscar siempre la dirección hacia la que encaminarse. "La verdad os hará libres", dice Jesús. Es como decir que vernos a la luz del Evangelio, o sea pobres, débiles y limitados, permite encontrar al Señor como un Padre bueno y fuerte que nos libera del mal. No basta considerarse "hijo de Abrahán" para serlo realmente; la verdadera filiación, la que nos hace familiares y amigos de Dios, surge del "hacer las obras del Padre", reitera Jesús. De hecho, no es el que dice "Señor Señor" el que entrará en el reino de los cielos, sino el que hace de su Palabra el fundamento de su misma vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.