ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,7-15

No te asombres de que te haya dicho:
Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere,
y oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.
Así es todo el que nace del Espíritu.» Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?» Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? «En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos
y damos testimonio de lo que hemos visto,
pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra,
no creéis,
¿cómo vais a creer
si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo
sino el que bajó del cielo,
el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto,
así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea
tenga por él vida eterna.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor continúa su diálogo con Nicodemo cuyo comienzo escuchamos ayer, y que tiene su punto central en el corazón de la teología de Juan: el don de la vida eterna para todo aquel que cree en Jesús. En general cada uno de nosotros cree instintivamente sólo en sí mismo y en sus propias convicciones, pero hoy Nicodemo se presenta ante nosotros como un verdadero discípulo. Nicodemo, a pesar de ser un maestro de Israel, reconoce con humildad que no es capaz de entender cuál sería para él el camino de la verdadera vida. Jesús se lo hace notar con cierta ironía: "¿Tú eres maestro en Israel y no sabes estas cosas?". La sabiduría de este mundo es fruto de un realismo a menudo resignado, no sabe mirar más allá de lo que ya existe, y a menudo no conoce nada más que las desilusiones o fracasos con los que está jalonada la vida del hombre. Para Jesús es diferente, reivindica que su testimonio nace de la mirada amplia de Dios, que abraza a toda la humanidad desde el cielo y la ama. Aprender a mirar con esta mirada es uno de los frutos del Espíritu de los que el Señor habla a Nicodemo. Al él, como a nosotros, le parece no comprender de dónde viene y a dónde lleva este modo de razonar tan distinto de lo habitual. Sin embargo una cosa parece clara: esta mirada lleva lejos de uno mismo y de las falsas modas del mundo. Confiarse a este nuevo modo de ver y sentir es el consejo que Jesús da a Nicodemo, que se había acercado a él con confianza, y no una confianza ciega. Jesús, por su parte, no deja de indicarle un acontecimiento como signo al que estar atentos: "Así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga en él vida eterna". La cruz, con su carga de amor vivido con una tenacidad más fuerte que la muerte, es el fundamento concreto sobre el que Jesús propone, a Nicodemo y a todos nosotros, renacer. Acercándonos a los pies de su cruz comprenderemos la grandeza de ese amor que le ha hecho abrazar la muerte para salvarnos del mal y donarnos una vida que no acaba.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.