ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,16-21

Al atardecer, bajaron sus discípulos a la orilla del mar, y subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaúm. Había ya oscurecido, y Jesús todavía no había venido donde ellos; soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Soy yo. No temáis.» Quisieron recogerle en la barca, pero en seguida la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En las tempestades de la vida es fácil estar asustado y tener dudas. El sufrimiento nos desconcierta, los desastres naturales nos dejan sin palabras, igual que a veces el abismo del mal que parece adueñarse de los hombres y las mujeres nos asusta, y nos hace tener dudas y poca confianza en nuestro futuro. Uno se puede incluso llegar a preguntar: ¿Qué humanidad es ésta? Es una pregunta que parece lícita ante las oleadas que parecen sumergir a la humanidad de este principio de milenio desde sus mismos cimientos. Es la oscuridad en la que se encuentran inmersos pueblos enteros, y a veces también nosotros. Se podría decir que es el peso aquella piedra que cerraba la tumba del Señor, y que desconcertaba a las mujeres según iban al sepulcro para ungir el cuerpo muerto de Jesús. Pero Él no está lejos de nosotros, ni siquiera en los momentos de oscuridad. Jesús camina entre las aguas tempestuosas de la vida y se abre camino entre las oleadas y dudas que nos asaltan, y que hacen triste y difícil nuestra vida. En realidad somos nosotros los que nos olvidamos de él, o peor aún, los que le rehuimos, como les sucede a los apóstoles aquella tarde. Escribe el evangelista que "ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo". También nosotros tantas veces, en vez de dejarnos consolar y confortar por el Evangelio y los hermanos, preferimos quedarnos con nuestro miedo, un sentimiento tan natural y espontáneo que nos parece más "nuestro" que la cercanía del Señor. Pero el amor de Jesús por nosotros es más firme que nuestro miedo, aunque prefiramos quedarnos aferrados a la barca de nuestras seguridades ilusorias, creyendo con orgullo que solos podemos dominar cualquier huracán de la vida. Jesús se acerca a los discípulos y les dice: "Soy yo, no temáis". Son las palabras buenas que Jesús continúa repitiendo todavía hoy a sus discípulos cada vez que se anuncia el Evangelio. Si lo acogemos, como hicieron los discípulos de Jesús, trae siempre la bonanza. La seguridad del discípulo no se basa en su fuerza o en su experiencia, sino en abandonarse al Señor. Es el Señor el que viene en nuestro auxilio, el que sube a nuestra barca y nos conduce al puerto seguro.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.