ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

La Iglesia armenia recuerda hoy las matanzas ocurridas durante la Primera Guerra Mundial, en las que murieron más de un millón de armenios.
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Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

La Iglesia armenia recuerda hoy las matanzas ocurridas durante la Primera Guerra Mundial, en las que murieron más de un millón de armenios.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,60-69

Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... «El espíritu es el que da vida;
la carne no sirve para nada.
Las palabras que os he dicho son espíritu
y son vida. «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La página evangélica que hemos escuchado concluye el gran "discurso del pan" que Jesús pronuncia en la sinagoga de Cafarnaún. Todo el texto que nos propone el evangelista revela una verdad fundamental: Jesús "es" el pan, y no el que "tiene" el pan, como pensaba la gente después de haber visto el milagro de la multiplicación. Esta afirmación de Jesús como el pan de la vida les parece excesiva incluso a los discípulos: "Es duro este lenguaje", comentan. En aquellas palabras sienten que "comer la carne y beber la sangre de Jesús" significa -y efectivamente así es- acoger en uno mismo un amor tan grande que implica la totalidad de la vida. "¡Es demasiado!", parecen murmurar. El amor que predica es un amor demasiado grande, demasiado exigente, demasiado gratuito. No pueden aceptarlo; lo rechazan porque prefieren ser libres de toda atadura. Abrazar un amor así significa dejarse comprometer de manera profunda, y prefieren abandonarlo. Habrían aceptado tal vez un Dios cercano, pero no que entrase tan profundamente en su vida. Amigos, pero de lejos; discípulos, pero hasta un cierto punto. Para Jesús, en cambio, el lazo con él es radical y determinante. Éste es el Evangelio que ha venido comunicar a los hombres: la radicalidad de un amor que lleva a dar la vida entera por los demás hasta la muerte. Este amor sin límites es más fuerte que la muerte. No puede renunciar por tanto a comunicar este Evangelio de amor. Y a los discípulos, que se escandalizaban de estas palabras, les dice que lo estarían aún más si le vieran "subir adonde estaba antes". En verdad Jesús sabe bien que sólo con los ojos de la fe es posible reconocerlo y acogerlo. Y les repite: "Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre". De esa manera recalca que sin la humildad de dejarse ayudar es imposible comprender la palabra evangélica. Jesús, apenado por el abandono de tantos discípulos, se dirige a los "Doce" (es la primera vez que aparece este término en el Evangelio de Juan) y les pregunta: "¿También vosotros queréis marcharos?". Es uno de los momentos más dramáticos de la vida de Jesús. Habría podido quedarse solo, pero no podía renegar del Evangelio. El amor evangélico, o es exclusivo, sin límite alguno, o no es. Pedro, que tal vez ha visto los ojos de Jesús, apasionados pero firmes, se deja tocar el corazón y tomando la palabra dice: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna". No dice "dónde" iremos, sino "a quién" iremos. El Señor Jesús es verdaderamente nuestro único salvador.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.