ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Nil, staret ruso, (+1508). Fue padre de monjes a los que enseñó el gran amor del Señor por los hombres, exhortándoles a pedir a Dios el mismo sentimiento (en griego, macrotimia).
Recuerdo de la oración por los nuevos mártires del siglo XX presidida por Juan Pablo II en el Coliseo en Roma junto a los representantes de las Iglesias cristianas.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Nil, staret ruso, (+1508). Fue padre de monjes a los que enseñó el gran amor del Señor por los hombres, exhortándoles a pedir a Dios el mismo sentimiento (en griego, macrotimia).
Recuerdo de la oración por los nuevos mártires del siglo XX presidida por Juan Pablo II en el Coliseo en Roma junto a los representantes de las Iglesias cristianas.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,12-17

Este es el mandamiento mío:
que os améis los unos a los otros
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su amo;
a vosotros os he llamado amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre
os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí,
sino que yo os he elegido a vosotros,
y os he destinado
para que vayáis y deis fruto,
y que vuestro fruto permanezca;
de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre
os lo conceda. Lo que os mando es
que os améis los unos a los otros.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, que ya ha hablado a los discípulos del mandamiento nuevo, lo retoma ahora en la solemnidad del discurso de despedida: "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado". No dice simplemente "amaos los unos a los otros", sino que añade la medida que debe tener este amor mutuo: "Como yo os he amado". Por lo demás, ya en la alegoría de la vid se podía deducir la cualidad del amor evangélico: la savia que la vid introduce en el sarmiento es precisamente el amor mismo de Jesús. El amor de los discípulos, por tanto, no es un amor cualquiera, no nace de ellos mismos, de sus propias tradiciones, de su propio carácter, de su educación; el amor evangélico es un don que se recibe de Jesús mismo. Es el ágape, es decir, el amor de Dios que se derrama en nuestros corazones. Se trata de un amor totalmente gratuito que se olvida de sí mismo y que llega incluso a dar la propia vida por los demás. Así ha amado Jesús. El amor cristiano transforma la relación entre el Maestro y los discípulos, entre el Creador y la criatura: se elimina la distancia jerárquica que debería existir para instaurar una nueva relación, la del amor gratuito. Jesús la explica con estas palabras: "No os llamo ya siervos… a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer". Podríamos decir, por tanto, que la esencia del vínculo entre Jesús y los discípulos es la amistad. Ya Abrahán fue llamado por Dios "amigo" y no siervo, porque Dios no le escondió nada. Tampoco Jesús tiene siervos sino sólo amigos. La palabra "amigo" no es una expresión desgastada para él, sino una palabra comprometedora para su misma vida. El siente amistad por todos, incluso por Judas, que está a punto de traicionarlo. Y si se quiere encontrar una preferencia es en relación a los más débiles, los pobres, los pecadores y los excluidos. Ningún hombre, ninguna mujer son para él enemigos; no existe en los Evangelios ni siquiera una traza de la cultura del enemigo. Por el contrario, hay un increíble testimonio de amistad. Sus discípulos saben que éste es el tesoro que deben vivir y comunicar.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.