ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,26-16,4

Cuando venga el Paráclito,
que yo os enviaré de junto al Padre,
el Espíritu de la verdad, que procede del Padre,
él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio,
porque estáis conmigo desde el principio. Os he dicho esto
para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas.
E incluso llegará la hora
en que todo el que os mate piense que da culto a Dios.
Y esto lo harán
porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto
para que, cuando llegue la hora,
os acordéis de que ya os lo había dicho.
«No os dije esto desde el principio
porque estaba yo con vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor vuelve a confortar a los suyos: es verdad que pronto se separarán, pero no para estar más lejos de él. De hecho, el amor que les ha unido y que les ha hecho caminar juntos hasta Jerusalén no termina. Después de los momentos oscuros de la pasión y la muerte, Jesús resucitado los reunirá de nuevo en torno a si. El amor cristiano no termina con el final de la cercanía física. Los discípulos mismos, tras la Pascua, son llamados a confirmarse uno al otro el amor que les ha unido hasta entonces a Jesús, y a testimoniarlo al mundo. Este amor es un don especial que viene de lo alto, se multiplica viviéndolo y disminuye hasta apagarse si no se practica. El Espíritu del amor que viene del Padre y es transmitido por el Hijo a los discípulos suscita una amistad y un cariño que les une de forma estable y fuerte. El testimonio del amor podrá suscitar contraposiciones y hostilidades, dice el Señor, por parte de quien no lo conoce, hasta poner en peligro la vida misma de los discípulos. Pero los discípulos no deben debilitar su confianza en el Maestro. Jesús no deja a los suyos sin recursos: "Os he dicho esto para que no os escandalicéis". El Señor no abandona a sus discípulos a su destino, pero sobre ellos pesa una gran responsabilidad: comunicar el Evangelio del amor gratuito a este mundo nuestro para que se aleje del mal y del pecado, y encuentre el camino de la salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.