ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Festividad de san Carlos Lwanga, que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda (1986).
Memoria del beato Juan XXIII.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

Festividad de san Carlos Lwanga, que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda (1986).
Memoria del beato Juan XXIII.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 3,11-26

Como él no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, presa de estupor, corrió donde ellos al pórtico llamado de Salomón. Pedro, al ver esto, se dirigió al pueblo: «Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis fijamente, como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho caminar a éste? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando éste estaba resuelto a ponerle en libertad. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis que se os hiciera gracia de un asesino, y matasteis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Y por la fe en su nombre, este mismo nombre ha restablecido a éste que vosotros veis y conocéis; es, pues, la fe dada por su medio la que le ha restablecido totalmente ante todos vosotros. «Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes. Pero Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de todos los profetas: que su Cristo padecería. Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus santos profetas. Moisés efectivamente dijo: El Señor Dios os suscitará un profeta como yo de entre vuestros hermanos; escuchadle todo cuanto os diga. Todo el que no escuche a ese profeta, sea exterminado del pueblo. Y todos los profetas que desde Samuel y sus sucesores han hablado, anunciaron también estos días. «Vosotros sois los hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros padres al decir a Abraham: En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra. Para vosotros en primer lugar ha resucitado Dios a su Siervo y le ha enviado para bendeciros, apartándoos a cada uno de vuestras iniquidades.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pedro devolvió la dignidad al inválido que sentado ante la puerta del templo pedía limosna desde hacía años. Tras ser curado de su enfermedad, este se puso de inmediato a saltar de alegría en la explanada que había frente al lugar sagrado. Esta curación milagrosa impresiona a la gente que estaba en aquel lugar y todos se dirigen hacia los dos apóstoles Pedro y Juan pensando que eran ellos quienes habían curado al inválido. Pero el apóstol, lejos de aquel protagonismo que todos nosotros conocemos bien, aclara rápidamente que el milagro es obra de Dios, no de ellos. Es el segundo gran discurso de Pedro que refieren los Hechos. Esta vez lo pronuncia en el "pórtico de Salomón", dentro del templo. No se trata obviamente de un lugar casual. El apóstol está en el corazón mismo del judaísmo, el lugar al que continuaban acudiendo cada día para la oración. Pedro aclara a "todo el pueblo" que se había reunido que Dios es quien cura. No han sido ellos, los que han hecho el milagro. El Señor es el fuerte y el poderoso. Él se sirve de los discípulos como instrumentos de su acción entre los hombres. Estos, pues, no son más que siervos de su Palabra y de su fuerza que transforma y cura. En la medida en la que están unidos al Señor son partícipes de su fuerza. El apóstol tal vez recuerda en aquel momento lo que Jesús dijo a los apóstoles poco antes de dejarles: "el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún" (Jn 14, 12). Pero es el Padre que está en los cielos, el autor de la victoria del bien sobre el mal. Lo demostró de manera definitiva -añade el apóstol- resucitando a Jesús de los muertos. Y en paralítico pudo levantarse con toda su dignidad en el nombre del resucitado. No estamos frente a hechos mágicos que asombran, sino frente a Dios que empieza a manifestar su poder a través del nombre de Jesús que ha derrotado a la muerte. Es reproponer el problema de Dios a través del evento de la resurrección del Hijo. Con Jesús resucitado empieza el nuevo tiempo de Dios, el de la victoria definitiva del bien sobre el mal. Y la curación del paralítico es un signo del reino de Dios que empieza en la tierra. Por eso el apóstol pide a quienes le escuchan que reconozcan este evento y que "se arrepientan y se conviertan", es decir, que acojan a aquel Jesús que había sido crucificado, pero al que el Padre ha resucitado como primicia de todo lo creado, y que le sigan en sus enseñanzas.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.