ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 7,1-57

El Sumo Sacerdote preguntó: «¿Es así?» El respondió: «Hermanos y padres, escuchad. El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando estaba en Mesopotamia, antes de que se estableciese en Jarán y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra que yo te muestre. Entonces salió de la tierra de los caldeos y se estableció en Jarán. Y después de morir su padre, Dios le hizo emigrar de allí a esta tierra que vosotros habitáis ahora. Y no le dio en ella en heredad ni la medida de la planta del pie; sino que prometió dársela en posesión a él y a su descendencia después de él, aunque no tenía ningún hijo. Dios habló así: Tus descendientes residirán como forasteros en tierra extraña y les esclavizarán y les maltratarán durante cuatrocientos años. Pero yo juzgaré - dijo Dios - a la nación a la que sirvan como esclavos, y después saldrán y me darán culto en este mismo lugar. Le dio, además, la alianza de la circuncisión; y así, al engendrar a Isaac, Abraham le circuncidó el octavo día, y lo mismo Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas. «Los patriarcas, envidiosos de José, le vendieron con destino a Egipto. Pero Dios estaba con él y le libró de todas sus tribulaciones y le dio gracia y sabiduría ante Faraón, rey de Egipto, quien le nombró gobernador de Egipto y de toda su casa. Sobrevino entonces en todo Egipto y Canaán hambre y gran tribulación; nuestros padres no encontraban víveres. Pero al oír Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres una primera vez; la segunda vez José se dio a conocer a sus hermanos y conoció Faraón el linaje de José. José envió a buscar a su padre Jacob y a toda su parentela que se componía de 75 personas. Jacob bajó a Egipto donde murió él y también nuestros padres; y fueron trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que había comprado Abraham a precio de plata a los hijos de Jamor, padre de Siquem. «Conforme se iba acercando el tiempo de la promesa que Dios había hecho a Abraham, creció el pueblo y se multiplicó en Egipto, hasta que se alzó un nuevo rey en Egipto que no se acordó de José. Obrando astutamente contra nuestro linaje, este rey maltrató a nuestros padres hasta obligarles a exponer sus niños, para que no vivieran. En esta coyuntura nació Moisés, que era hermoso a los ojos de Dios. Durante tres meses fue criado en la casa de su padre; después fue expuesto y le recogió la hija de Faraón, quien le crió como hijo suyo. Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y fue poderoso en sus palabras y en sus obras. «Cuando cumplió la edad de cuarenta años, se le ocurrió la idea de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. Y al ver que uno de ellos era maltratado, tomó su defensa y vengó al oprimido matando al egipcio. Pensaba él que sus hermanos comprenderían que Dios les daría la salvación por su mano; pero ellos no lo comprendieron. Al día siguiente se les presentó mientras estaban peleándose y trataba de ponerles en paz diciendo: "Amigos, que sois hermanos, ¿por qué os maltratáis uno a otro?" Pero el que maltrataba a su compañero le rechazó diciendo: " ¿Quién te ha nombrado jefe y juez sobre nosotros? ¿Es que quieres matarme a mí como mataste ayer al egipcio? " Al oír esto Moisés huyó y vivió como forastero en la tierra de Madián, donde tuvo dos hijos. «Al cabo de cuarenta años se le apareció un ángel en el desierto del monte Sinaí, sobre la llama de una zarza ardiendo. Moisés se maravilló al ver la visión, y al acercarse a mirarla, se dejó oír la voz del Señor: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Moisés temblaba y no se atrevía a mirar. El Señor le dijo: "Quítate las sandalias de los pies, pues el lugar donde estás es tierra santa. Bien vista tengo la opresión de mi pueblo que está en Egipto y he oído sus gemidos y he bajado a librarles. Y ahora ven, que te enviaré a Egipto." «A este Moisés, de quien renegaron diciéndole: ¿quién te ha nombrado jefe y juez? , a éste envió Dios como jefe y redentor por mano del ángel que se le apareció en la zarza. Este les sacó, realizando prodigios y señales en la tierra de Egipto, en el mar Rojo y en el desierto durante cuarenta años. Este es el Moisés que dijo a los israelitas: Dios os suscitará un profeta como yo de entre vuestros hermanos. Este es el que, en la asamblea del desierto, estuvo con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres; el que recibió palabras de vida para comunicárnoslas; este es aquel a quien no quisieron obedecer nuestros padres, sino que le rechazaron para volver su corazón hacia Egipto, y dijeron a Aarón: "Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque este Moisés que nos sacó de la tierra de Egipto no sabemos qué ha sido de él." E hicieron aquellos días un becerro y ofrecieron un sacrificio al ídolo e hicieron una fiesta a las obras de sus manos. Entonces Dios se apartó de ellos y los entregó al culto del ejército del cielo, como está escrito en el libro de los Profetas: ¿Es que me ofrecisteis víctimas y sacrificios
durante cuarenta años en el desierto, casa de Israel?
Os llevasteis la tienda de Moloc
y la estrella del dios Refán,
las imágenes que hicisteis para adorarlas;
pues yo os llevaré más allá de Babilonia. «Nuestros padres tenían en el desierto la Tienda del Testimonio, como mandó el que dijo a Moisés que la hiciera según el modelo que había visto. Nuestros padres que les sucedieron la recibieron y la introdujeron bajo el mando de Josué en el país ocupado por los gentiles, a los que Dios expulsó delante de nuestros padres, hasta los días de David, que halló gracia ante Dios y pidió encontrar una Morada para la casa de Jacob. Pero fue Salomón el que le edificó Casa, aunque el Altísimo no habita en casas hechas por mano de hombre como dice el profeta: El cielo es mi trono
y la tierra el escabel de mis pies.
Dice el Señor: ¿Qué Casa me edificaréis?
O ¿cuál será el lugar de mi descanso? ¿Es que no ha hecho mi mano todas estas cosas?
«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros! ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado.» Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.» Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él;

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esteban, después de ser llevado frente a los jefes del pueblo, pronuncia un encendido discurso, el más largo que encontramos en los Hechos. Con su discurso, Esteban quiere mostrar la continuidad de la intervención de Dios con Israel hasta llegar a el advenimiento de Jesús que culmina la larga historia de liberación. El inicio se produce con el llamamiento de Abrahán, y prosigue con el de Isaac y Jacob. Luego viene la historia de José, abandonado por sus hermanos, y el llamamiento de Moisés, elegido por el Señor para liberar a Israel de la esclavitud de Egipto y llevarlo hasta la tierra prometida. Esteban, en el discurso de esta larga catequesis, se detiene para subrayar la repetida desobediencia del pueblo de Israel al Señor que no cesaba de enviar a sus profetas para que el pueblo no rechazara la alianza establecida con Dios. Pero muchos profetas fueron asesinados para que no hablaran. Y la construcción del templo, que quería simbolizar la presencia estable del Señor entre su pueblo, en realidad indicaba los hechos futuros que aquellos días se habían cumplido en Jesucristo. Toda la historia de salvación que Dios había realizado en Israel encontraba en Jesús su culminación y su plena realización. Esteban interrumpe la narración histórica y se dirige directamente a los presentes acusándoles de no haber reconocido al "Justo" (Jesús) "aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado". Llegado a este punto, Esteban se abstrae de algún modo de la sala y de los presentes y describe en voz alta la visión que está teniendo en aquel momento: "Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios". El Sanedrín, al oír estas palabras, opone su rechazo tajante. Escribe el autor: "sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él". Aquella visión hace tambalear el consolidado poder de aquel grupo dirigente. Esteban sólo veía a Jesús en la plenitud de su resurrección. Sólo el Señor, en efecto, y nadie más, es el Salvador que todos estamos llamados a contemplar. No son las estrategias o las estructuras humanas, aunque sean religiosas, las que pueden salvar nuestra vida y la vida del mundo. Esta unicidad de Cristo es lo que hacía peligrar el poder de los miembros del Sanedrín. En realidad, la unicidad del dominio de Jesús sobre la vida de los hombres pone en peligro todo poder humano. Por eso Jesús siempre ha suscitado oposición: hace tambalear todo orgullo y toda mistificación, empezando por la que se esconde en el corazón de cada hombre. Ese es el sentido de la conversión cristiana: acoger al Señor Jesús como Señor de nuestra vida y no acogernos a nosotros mismos. Rechazar el dominio de Dios sobre uno mismo es lo que hicieron los miembros del Sanedrín cuando arrestaron a Esteban, lo llevaron fuera de Jerusalén y -como le pasó a su Señor- fue asesinado.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.