ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 8,4-8

Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados. Y hubo una gran alegría en aquella ciudad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras el asesinato de Esteban estalló la primera oleada de hostilidad contra los cristianos de Jerusalén. Muchos tuvieron que huir al norte, a Samaría. Fue un momento dramático para la vida de la primera comunidad cristiana. Pero al mismo tiempo favoreció la expansión de los discípulos a otros lugares. Se podría decir que la Palabra de Dios empezaba a recorrer los caminos del mundo a causa, entre otras cosas, de la persecución. Realmente, el Señor guía la historia y sabe sacar cosas buenas incluso del mal. Felipe, uno de los siete diáconos, predicaba el Evangelio con gran eficacia. Sus palabras, como el mismo Señor había prometido a los discípulos, estaban llenas de signos milagrosos: curaba a enfermos, expulsaba espíritus malignos del corazón de la gente, consolaba a los afligidos, reconciliaba a los que se odiaban y llevaba paz a mucha gente que estaba destrozada por los conflictos. Muchos acudían a él. Y Felipe continuaba suscitando entre la gente aquel mismo clima de esperanza y de fiesta que Jesús suscitaba: la predicación del Evangelio siempre crea un clima nuevo, como de fiesta. La alegría forma parte del clima de la primera comunidad cristiana. Lucas no deja de indicarlo explícitamente también en esta ocasión: "hubo una gran alegría en aquella ciudad". Se trata de un testimonio que debe interrogar a nuestras comunidades cristianas para que recuperen, vivan y manifiesten esta dimensión tan central del testimonio de la Iglesia apostólica. La alegría cristiana no es un optimismo superficial que oculta la complejidad y a veces el drama del presente. La alegría, más bien, es fruto de la potencia de la palabra evangélica que se enfrenta a la fuerza del mal y continúa haciendo milagros de amor y de paz.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.