ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Reyes 17,5-23

El rey de Asiria subió por toda la tierra, llegó a Samaría y la asedió durante tres años. El año noveno de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaría y deportó a los israelitas a Asiria; los estableció en Jalaj, en el Jabor, río de Gozán, y en las ciudades de los medos. Esto sucedió porque los israelitas habían pecado contra Yahveh su Dios, que los había hecho subir de la tierra de Egipto, de bajo la mano de Faraón, rey de Egipto, y habían reverenciado a otros dioses, siguiendo las costumbres de las naciones que Yahveh había arrojado delante de ellos. Los israelitas maquinaron acciones no rectas contra Yahveh su Dios, se edificaron altos en todas las ciudades, desde las torres de guardia hasta las ciudades fortificadas. Se alzaron estelas y cipos sobre toda colina elevada y bajo todo árbol frondoso, y quemaron allí, sobre todos los altos, incienso, como las naciones que Yahveh había expulsado de delante de ellos, y cometieron maldades, que irritaban a Yahveh. Sirvieron a los ídolos acerca de los que Yahveh les había dicho: "No haréis tal cosa." Yahveh advertía a Israel y Judá por boca de todos los profetas y de todos los videntes diciendo: "Volveos de vuestros malos caminos y guardad mis mandamientos y mis preceptos conforme a la Ley que ordené a vuestros padres y que les envié por mano de mis siervos los profetas." Pero ellos no escucharon y endurecieron sus cervices como la cerviz de sus padres, que no creyeron en Yahveh su Dios. Despreciaron sus decretos y la alianza que hizo con sus padres y las advertencias que les hizo, caminando en pos de vanidades, haciéndose ellos mismos vanidad, en pos de las naciones que les rodeaban, acerca de las que Yahveh les había ordenado: "No haréis como ellas." Abandonaron todos los mandamientos de Yahveh su Dios, y se hicieron ídolos fundidos, los dos becerros; se hicieron cipos y se postraron ante todo el ejército de los cielos y dieron culto a Baal. Hicieron pasar a sus hijos y a sus hijas por el fuego, practicaron la adivinación y los augurios, y se prestaron a hacer lo malo a los ojos de Yahveh, provocando su cólera. Yahveh se airó en gran manera contra Israel y los apartó de su rostro, quedando solamente la tribu de Judá. Tampoco Judá guardó los mandamientos de Yahveh su Dios y siguió las costumbres que practicó Israel. Rechazó Yahveh el linaje de Israel, los humilló y los entregó en mano de saqueadores, hasta que los arrojó de su presencia; pues como había arrancado a Israel de la casa de David y ellos se habían elegido rey a Jeroboam, hijo de Nebat, Jeroboam alejó a Israel del seguimiento de Yahveh, haciéndoles cometer un gran pecado. Cometieron los israelitas todos los pecados que hizo Jeroboam, y no se apartaron de ellos, hasta que Yahveh apartó a Israel de su presencia, como había anunciado por medio de todos sus siervos los profetas; deportó a Israel de su tierra a Asiria, hasta el día de hoy.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En los capítulos anteriores (del 13 al 16) el autor narra la historia de ocho reyes del norte y cuatro del sur. Lo único que destaca con cierta atención es la intervención de Ajaz en el templo de Jerusalén, donde ordena que reproduzcan un altar que había visto en Damasco (16, 10-18). El capítulo 17 es una especie de homilía que narra el fin del reino del norte. Los años anteriores Oseas y Amós han profetizado en el nombre del Señor para llamar a la conversión tanto a los responsables como al pueblo entero. Tras la guerra siroefraimita (15,29; 16,9) el reino del norte se había hecho tributario de Asiria, pero cuando el rey del norte, Oseas, busca el apoyo de Egipto, entonces Salmanasar V asedia Samaría, cuya conquista (721 a.C.) se narra en los anales de su sucesor, Sargón II. El autor sagrado no atribuye al rey Oseas toda la culpa de la caída del reino: "Hizo lo malo a los ojos del Señor, aunque no tanto como los reyes de Israel que le precedieron" (v. 2). Existe una historia anterior que pesa sobre el presente. La caída del reino del norte es provocada por la idolatría y por las fechorías que le siguieron: siguieron la conducta de sus padres rechazando la alianza e imitando las costumbres de los pueblos vecinos. El Señor se ve obligado a intervenir expulsándoles de su presencia (v. 19). Esta página se dirige sobre todo a Judá, para que no infravalore la lección que se puede extraer de la caída de Israel. De hecho, aunque el reino del sur continúa existiendo, podría esperarle el destino que tuvo el del norte. Si Judá sigue las actitudes idólatras del pueblo del norte, se encontrará en la misma situación y también vivirá la tragedia que supone alejarse de Dios. Se trata de una lección duradera a lo largo de la Biblia: no es Dios, quien condena a su pueblo; es el mismo pueblo el que, con su conducta idólatra, se aleja de Dios y cae preso en la terrible trama de destrucción que urde el príncipe del mal.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.