ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Reyes 22,1-20

Josías tenía ocho años cuando comenzó a reinar y reinó 31 años en Jerusalén; el nombre de su madre era Yedidá, hija de Adías, de Boscat. Hizo lo recto a los ojos de Yahveh y anduvo enteramente por el camino de David su padre, sin apartarse ni a la derecha ni a la izquierda. En el año dieciocho del rey Josías, envió el rey al secretario Safán, hijo de Asalías, hijo de Mesullam, a la Casa de Yahveh diciendo: Sube donde Jilquías, sumo sacerdote, para que funda el dinero llevado a la Casa de Yahveh y que los guardianes del umbral han recogido del pueblo, y que se ponga en manos de los que hacían las obras, los encargados de la Casa de Yahveh y ellos lo den a los que trabajan en la Casa para hacer las reparaciones de la Casa de Yahveh, a los carpinteros y obreros de la construcción y albañiles, y para comprar maderas y piedra de cantería para la reparación de la Casa. Pero no se les pida cuentas del dinero que se pone en sus manos porque se portan con fidelidad." El sumo sacerdote Jilquías dijo al secretario Safán: "He hallado en la Casa de Yahveh el libro de la Ley." Jilquías entregó el libro a Safán, que lo leyó. Fue el secretario Safán al rey y le rindió cuentas diciendo: "Tus siervos han fundido el dinero en la Casa y lo han puesto en manos de los que hacen las obras, los encargados de la Casa de Yahveh." Después el secretario Safán anunció al rey: "El sacerdote Jilquías me ha entregado un libro." Y Safán lo leyó en presencia del rey. Cuando el rey oyó las palabras del libro de la Ley rasgó sus vestiduras. Y ordenó el rey al sacerdote Jilquías, a Ajicam, hijo de Safán, a Akbor, hijo de Miqueas, al secretario Safán y a Asaías, ministro del rey: Id a consultar a Yahveh por mí y por el pueblo y por todo Judá acerca de las palabras de este libro que se ha encontrado, porque es grande la cólera de Yahveh que se ha encendido contra nosotros porque nuestros padres no escucharon las palabras de este libro haciendo lo que está escrito en él. El sacerdote Jilquías, Ajicam, Akbor, Safán y Asaías fueron donde la profetisa Juldá, mujer de Sallum, hijo de Tiqvá, hijo de Jarjás, encargado del vestuario; vivía ella en Jerusalén, en la ciudad nueva. Ellos le hablaron y ella les respondió: "Así habla Yahveh, Dios de Israel: Decid al hombre que os ha enviado a mí: Así habla Yahveh: Voy a traer el mal sobre este lugar y sobre sus habitantes, según todas las palabras del libro que ha leído el rey de Judá, porque ellos me han abandonado y han quemado incienso a otros dioses irritándome con todas las obras de sus manos. Mi cólera se ha encendido contra este lugar y no se apagará." Y al rey de Judá, que os ha enviado para consultar a Yahveh, le diréis: "Así dice Yahveh, Dios de Israel: Las palabras que has oído... Pero ya que tu corazón se ha conmovido y te has humillado en presencia de Yahveh, al oír lo que he dicho contra este lugar y contra sus habitantes, que serán objeto de espanto y execración, ya que has rasgado tus vestidos y has llorado ante mí, yo a mi vez he oído, oráculo de Yahveh. Por eso voy a reunirte con tus padres y serás recibido en paz en tu sepulcro, y no verán tus ojos ninguno de los males que yo voy a traer contra este lugar."" Ellos llevaron la respuesta al rey.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hasta este momento el autor del libro de los Reyes ha narrado una historia de derrotas. Ya han pasado casi cien años desde la caída de Samaría y ningún rey del sur ha estado a la altura de David. Sólo con Josías llega finalmente un rey conforme a la ley mosaica: "No hubo antes rey alguno que como él se volviera al Señor con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, conforme a la Doctrina de Moisés; tampoco ha surgido después ninguno como él" (23, 25). La historia de su reinado está concentrada en su reforma religiosa (de los primeros dieciocho años de reinado no sabemos nada, a diferencia del texto paralelo de 2 Cro 34-35, donde su acción reformadora empieza mucho antes del descubrimiento del libro). El objetivo del autor del libro de los Reyes es mostrar que la reforma es consecuencia de la lectura del libro hallado en el templo. El libro, descubierto en el templo en 622 a.C., es uno de los argumentos más discutidos del Antiguo Testamento porque constituye el punto de referencia para determinar la cronología del Pentateuco; de hecho, se piensa que es una de las anteriores redacciones del actual libro del Deuteronomio. El tipo de reformas implementadas parecen indicar que este documento exige la eliminación del sincretismo religioso y la consiguiente centralización del culto a Jerusalén. Tras haber renovado la alianza, Josías elimina los altozanos, los cipos sagrados, los ídolos que había en el templo, y luego extiende la reforma hacia el norte, y por último ordena celebrar la Pascua. Pero la conclusión de toda esta reforma deja perplejo al lector: el Señor castigará a Judá porque las culpas anteriores eran demasiado graves (23, 26-27). Josías imita "en todo" el comportamiento de David, "su padre", ocupándose, ante todo, del templo. Y justo mientras el rey y el secretario, junto a todos los demás, van a ocuparse del templo se descubre el "rollo de la Doctrina". La atención de todos se centra en el libro. Lo leen dos veces, primero por boca de Safán y luego delante del rey; a pesar de todo, el lector sigue sin comprender su contenido. Tampoco el nombre con el que lo denomina el sacerdote, "el libro de la Torá", nos dice nada de su contenido, porque la palabra "Torá", que normalmente se traduce como "ley", significa exactamente "enseñanza". Pero se produce un crescendo de comprensión cuando nuevas personas se acercan al libro. Josías pronuncia un juicio que es también una clave de lectura para todo el libro de los Reyes: los padres no se inspiraron en lo escrito en el libro. Con estas palabras Josías condena una época histórica del pueblo de Dios que empieza antes de la monarquía que debía estar por completo bajo el signo de este libro, algo que no fue así. El libro de Josué, en efecto, empezaba con esta advertencia: "no se aparte el libro de esta Ley de tus labios: medítalo día y noche" (Js 1, 8). El rey envía a consultar al Señor no sólo para él, sino para todo el pueblo, porque la ira del Señor se había encendido "contra nosotros" y el libro había sido escrito "para nosotros". La profeta Juldá, que aparece sólo en este episodio, pone de manifiesto una distinción en este "nosotros". Un primer oráculo suena como una condena general para Jerusalén y sus habitantes (vv. 15-17); empieza aludiendo a Manasés ("así habla el Señor: Voy a traer el desastre sobre… " v. 16 = 21, 12) y nos da a conocer el contenido de aquel libro ("todo lo dicho en el rollo"). Un segundo oráculo hace referencia al rey y le comunica que no está entre los destinatarios de la ira divina (vv. 18-20), pues es el único que ha sabido escuchar las palabras del libro. También el sumo sacerdote y el escriba conocen el contenido del libro, pero ninguno de ellos dos tiene una reacción adecuada -sólo el rey se rasga las vestiduras (v. 11)-, a diferencia de los padres que no escucharon (v. 13), por eso el Señor lo escucha (vv. 18-19). La insólita presencia del pronombre personal en el texto hebreo subraya la reciprocidad de esta escucha: "yo a mi vez he escuchado".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.