ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judit 3,1-10

Entonces le enviaron mensajeros para decirle en son de paz: «Nosotros, siervos del gran rey Nabucodonosor, nos postramos ante ti. Trátanos como mejor te parezca. Nuestras granjas y todo nuestro territorio, nuestros campos de trigo, los rebaños de ovejas y bueyes, todas las majadas de nuestros campamentos, están a tu disposición. Haz con ellos lo que quieras. También nuestras ciudades y los que las habitan son siervos tuyos. Ven, dirígete a ellas y haz lo que te parezca bien.» Los enviados se presentaron ante Holofernes y le comunicaron estas palabras. Entonces él bajó con todo su ejército al litoral, puso guarniciones en las ciudades altas, y les tomó los mejores hombres en calidad de tropas auxiliares. Los habitantes de las ciudades y todos los de los contornos salieron a recibirle con coronas y danzando al son de tambores. El saqueó sus santuarios y taló sus bosques sagrados, pues había recibido la orden de destruir todas las divinidades del país para que todas las gentes adorasen únicamente a Nabucodonosor y todas las lenguas y todas las tribus le proclamasen dios. Llegó después frente a Esdrelón, junto a Dotán, que está ante la gran sierra montañosa de Judea, acamparon entre Gueba y Escitópolis y se detuvo allí un mes, haciendo acopio de provisiones para su ejército.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Todas las naciones, frente al avance del ejército de Holofernes, incluso antes de empezar la batalla, se entregan a Nabucodonosor. Se dirigen al rey diciéndole: "Nosotros, siervos del gran rey Nabucodonosor, nos postramos ante ti. Trátanos como mejor te parezca". En estas palabras no se manifiesta sólo una sumisión civil al nuevo poder más fuerte; contienen también un tono religioso: manifiestan una sumisión total como la que se debe sólo a Dios. En efecto, se pone en el trono de la divinidad a otro hombre, en este caso, el rey, pero se puede hacer lo mismo poniendo en el trono divino a uno mismo, o a los intereses o a la nación de uno, o cualquier otra cosa a la que se sacrifica la vida. Es el antiguo pecado de Adán y Eva: siendo criaturas, querían ponerse en el lugar de Dios. Pero en la narración de la creación se ve claramente que el hombre es Dios y a Él pertenece. Nadie más puede pretender su sumisión, ni siquiera el propio yo. Y esta es la garantía de la dignidad y de la libertad del hombre de cualquier esclavitud, aunque sea la de uno mismo. Las naciones que se someten a Nabucodonosor de ese modo, de hecho reconocen al rey una cualidad divina. Es el pecado de las naciones, el único y verdadero pecado que lleva al hombre a la destrucción: la idolatría. Es curioso observar que el autor sagrado no acusa a las demás religiones; más bien, las valora. Lo que condena sin paliativos es la idolatría, sobre todo del rey. Las religiones, en el fondo, no son una alteridad absoluta frente a la religión del Dios único. Los dioses no son más que personificaciones de lo divino que hay en la naturaleza y manifiestan aquel sentido de lo divino que el hombre ve en la creación. Antes de que Dios se revelara a los hombres en la economía profética a través de los acontecimientos de una historia sagrada y antes de que Dios se encarnara en el hombre Jesús, los hombres conocieron a Dios a través de la belleza del cosmos, la fuerza de los elementos, la estabilidad de las montañas y la serenidad luminosa del cielo. Así pues, los dioses de las naciones son personificaciones de lo que hay de divino en la creación: de por sí, no se oponen a Dios, sino que proyectan y preparan su revelación. Nabucodonosor, en cambio, proclamándose dios, no sólo va contra el Dios de Israel, sino también contra toda otra religión, porque ninguna religión puede aceptar la universalidad y la unicidad de su pretendida divinidad. Nabucodonosor se erige, pues, en absoluta oposición al único Dios. No hay que olvidar que el paso a la dictadura del propio yo sigue esta misma lógica. La única vía para romperla es reconocer los límites que tenemos, nuestra debilidad, y reconocer que necesitamos levantar los ojos de nosotros mismos y mirar hacia las Alturas. La fe cristiana es la culminación de la actitud religiosa del hombre: mientras impulsa a los hombres a levantar los ojos hacia las Alturas, Dios mismo se revela con su nombre y su rostro. Frente al intento del hombre de sustituir a Dios -y las maneras de hacerlo son incontables- sólo la fe salva a los hombres de la destrucción.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.