ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXVI del tiempo ordinario
Memoria de los santos Cosme y Damián, mártires sirios. La tradición los recuerda como médicos que curaban gratuitamente a los enfermos. Especial memoria de los que se dedican a la atención y la curación de los enfermos.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homilía

Hoy es el domingo del pobre Lázaro, aquel que yace junto al portal del rico, cubierto de llagas, deseoso de hartarse de lo que caía de la mesa. En el último saludo durante los funerales rezamos para que el difunto pueda "con Lázaro, pobre en la tierra, gozar del reposo eterno en el cielo". El Evangelio quiere que vayamos hoy al encuentro de los muchos pobres lázaros que hay, nos enseña a conmovernos por sus llagas, a escandalizarnos por su hambre. Prestémosle atención, porque Lázaro nos acogerá en el cielo e intercederá por nosotros. "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber". Jesús quiere que los hombres no vivan despreocupados, que no se sientan "seguros", como vividores, como dice el profeta Amós. Cuando uno vive despreocupado acepta un mundo de sufrimiento y cava un foso de amor que ya no se puede superar. Lo contrario de un corazón despreocupado y superficial no es una vida de héroe o agitada: es un corazón humano y bueno.
Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Este hombre, sin nombre, no es descrito como un derrochador, ni tampoco como un explotador de sus siervos. Es alguien como los demás y se comporta igual que los de su clase: vive de manera despreocupada su riqueza. El problema está en la segunda parte de la narración: Un pobre, llamado Lázaro, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico. El evangelista en este caso nos dice el nombre, Lázaro, y marca la diferencia entre su situación y la del rico. Esta escena, que contrapone sin medias tintas la vida consumista por una parte y la miseria más absoluta por la otra, no era considerada injusta según la teología de los escribas. Y al no ser considerada injusta, fácilmente se tranquilizaba la conciencia con la doctrina de la limosna. Tanto ayer como hoy, se encuentran motivos para dejar las cosas como están, para no cambiar ni siquiera una injusticia patente como la que describe el Evangelio. Tras la muerte de los dos protagonistas, se abre un escenario totalmente distinto. Pero esta vez se ve claramente cuál es el pensamiento de Dios y su juicio. Tanto el rico como Lázaro son hijos de Abrahán. Lázaro se sienta con éste en el banquete celestial; el rico, en cambio, no es aceptado en los tabernáculos eternos y cae al lugar de tormento.
Si el rico hubiese ayudado a Lázaro, éste lo habría acogido en el cielo. Pero sólo ahora comprende la verdad de la vida; y ya es demasiado tarde. Implícitamente, el rico admite la inevitabilidad de su actual triste situación, del mismo modo que antes aceptaba tranquilamente su despreocupación y sus vestidos de púrpura y lino; de hecho, no pide que le cambien de lugar, sino sólo un poco de alivio; le bastaría con tocar un dedo mojado en agua con la lengua. Pero incluso eso es imposible; ni siquiera Dios puede superar el abismo que el hombre construye a su alrededor. Aun así, en este mundo el hombre continúa creando abismos entre hombre y hombre, entre pueblo y pueblo, entre etnia y etnia y, finalmente, a escala planetaria, entre países ricos y países pobres. Lázaro es el vagabundo que tenemos a nuestro lado, es el extranjero, es una etnia oprimida, es un pueblo forzado y explotado. La parábola muestra con extrema evidencia la predilección de Dios por Lázaro y por aquellos que, en cualquier época de la historia y en cualquier parte del mundo, están en la misma situación.
El rico y el pobre mueren. Y el mundo se invierte. Como en las bienaventuranzas: bienaventurado es el pobre, mientras que el rico se queda solo con su riqueza que no da calor, no satisface, sino que atormenta. El mundo al revés es Lázaro con Abrahán, en el seno de Abrahán; mientras el rico se queda sin nadie que lo acoja, sin consuelo; se saciaba y ahora tiene hambre; reía y ahora llora. Los tormentos del rico que leemos en el Evangelio no son una amenaza. Jesús no asusta, sino que tranquiliza a los hombres. Pero el Señor intenta explicar la vida tal como realmente es. Revela al rico que la alegría y el futuro no están en la riqueza. Y que sin el otro, uno se queda solo y construye un infierno. ¿Qué puede hacer? ¿Hay esperanza para el rico? ¿Puede cambiar el rico? Esta pregunta angustia enormemente a Jesús. "Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de los cielos", dirá. Amó a aquel hombre rico, pero no fue amado. ¿Qué se puede hacer? Debemos colmar muchos abismos de ignorancia, de distancia, de palabras que faltan, de manos que no se tienden, de consuelo que es negado. Colmemos estos abismos, como hizo el administrador deshonesto, invirtiendo en misericordia; como el samaritano, que con la compasión ama a un desconocido y lo convierte en su prójimo. Jesús parece insistir, describiendo la respuesta de Abrahán al rico, en la idea de que no necesitamos hechos milagrosos para convertir nuestro corazón, para colmar estos abismos. Basta con el Evangelio, que abre el corazón de los hombres y lo convierte en humano y cercano a los demás

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.