ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor

Salmo responsorial

Salmo 131 (132)

Acuérdate, Yahveh, en favor de David,
de todos sus desvelos,

del juramento que hizo a Yahveh,
de su voto al Fuerte de Jacob:

No he de entrar bajo el techo de mi casa,
no he de subir al lecho en que reposo,

sueño a mis ojos no he de conceder
ni quietud a mis párpados,

"mientras no encuentre un lugar para Yahveh,
una Morada para el Fuerte de Jacob."

Mirad: hemos oído de Ella que está en Efratá,
¡la hemos encontrado en los Campos del Bosque!

¡Vayamos a la Morada de él,
ante el estrado de sus pies postrémonos!

¡Levántate, Yahveh, hacia tu reposo,
tú y el arca de tu fuerza!

Tus sacerdotes se vistan de justicia,
griten de alegría tus amigos.

En gracia a David, tu servidor,
no rechaces el rostro de tu ungido.

"Juró Yahveh a David,
verdad que no retractará:
""El fruto de tu seno
asentaré en tu trono."

Si tus hijos guardan mi alianza,
el dictamen que yo les enseño,
también sus hijos para siempre
se sentarán sobre tu trono.

Porque Yahveh ha escogido a Sión,
la ha querido como sede para sí:

Aquí está mi reposo para siempre,
en él me sentaré, pues lo he querido.

Sus provisiones bendeciré sin tasa,
a sus pobres hartaré de pan,

de salvación vestiré a sus sacerdotes,
y sus amigos gritarán de júbilo.

Allí suscitaré a David un fuerte vástago,
aprestaré una lámpara a mi ungido;

"de vergüenza cubriré a sus enemigos,
y sobre él brillará su diadema"

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.