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Memoria de la Iglesia
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Memoria de san Calixto papa (+222). Amigo de los pobres, fundó la casa de oración sobre la que se erigió Santa Maria in Trastevere.
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Memoria de la Iglesia

Memoria de san Calixto papa (+222). Amigo de los pobres, fundó la casa de oración sobre la que se erigió Santa Maria in Trastevere.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 5,1-5

Vi también en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro, escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos. Y vi a un Ángel poderoso que proclamaba con fuerte voz: «¿Quién es digno de abrir el libro y soltar sus sellos?» Pero nadie era capaz, ni en el cielo ni en la tierra ni bajo tierra, de abrir el libro ni de leerlo. Y yo lloraba mucho porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo. Pero uno de los Ancianos me dice: «No llores; mira, ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David; él podrá abrir el libro y sus siete sellos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En la gran sala del trono celestial, Aquel que está sentado en el trono tiene en su mano derecha un libro en forma de rollo. Es el mismo Dios que tiene en su mano el libro (biblion), es decir, su Palabra dirigida a los hombres. El rollo está escrito interiormente, como es normal, y exteriormente, y es un hecho extraordinario. Eso nos indica que la Palabra de Dios, la única Palabra, no tiene un solo sentido. Además del sentido literal, tiene otro sentido espiritual, más profundo. Este último es un sentido oculto a los ojos normales y sólo se puede leer a la luz del Espíritu, es decir, en un clima de oración y de escucha. Sin la oración es sólo un libro "sellado con siete sellos". Sí, sin el Espíritu de Dios que abre el "rollo" a los ojos de nuestra mente, no es más que una palabra sellada, incomprensible. De hecho, sin una lectura espiritual tanto el pensamiento de Dios como el sentido de la vida quedan ocultos para el lector. Por eso Juan, frente a la imposibilidad de leer la Palabra -nadie abre el rollo- es presa de la desesperación y llora amargamente. Es el llanto de aquel que pierde la luz, de aquel que no encuentra la fuente de inspiración para su vida. Viene a la memoria el llanto desconsolado de María frente al sepulcro vacío por la pérdida de su Señor. Frente a la frialdad que a menudo tenemos hacia la Palabra de Dios y frente a nuestro olvido de Jesús vivo, María, que llora sola la pérdida de Jesús muerto, y Juan, que llora por la ausencia de la Palabra de Dios, indican cuál debe ser la actitud que debe tener todo discípulo ante el Señor. Si nos conmovemos aunque sea sólo un poco al oír aquellas palabras, Jesús mismo, el "Retoño de David", viene una vez más para "abrir el libro y sus siete sellos", para enseñarnos como hacía con los discípulos. Jesús prometió a los apóstoles su espíritu que les conduciría a la "verdad entera". El espíritu es quien abre.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.