ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 8,6-13

Los siete Ángeles de las siete trompetas se dispusieron a tocar. Tocó el primero... Hubo entonces pedrisco y fuego mezclados con sangre, que fueron arrojados sobre la tierra: la tercera parte de los árboles quedó abrasada, toda hierba verde quedó abrasada. Tocó el segundo Ángel... Entonces fue arrojado al mar algo como una enorme montaña ardiendo, y la tercera parte del mar se convirtió en sangre. Pereció la tercera parte de las criaturas del mar que tienen vida, y la tercera parte de las naves fue destruida. Tocó el tercer Ángel... Entonces cayó del cielo una estrella grande, ardiendo como una antorcha. Cayó sobre la tercera parte de los ríos y sobre las manantiales de agua. La estrella se llama Ajenjo. La tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y mucha gente murió por las aguas, que se habían vuelto amargas. Tocó el cuarto Ángel... Entonces fue herida la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna y la tercera parte de las estrellas; quedó en sombra la tercera parte de ellos; el día perdió una tercera parte de su claridad y lo mismo la noche. Y seguí viendo: Oí un Águila que volaba por lo alto del cielo y decía con fuerte voz: «¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra, cuando suenen las voces que quedan de las trompetas de los tres Ángeles que van a tocar!»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después de las siete cartas y la apertura de los siete sellos, ahora llegan las siete trompetas. En el lenguaje bíblico la trompeta no es sólo un instrumento litúrgico sino también un símbolo que marca la irrupción del juicio de Dios en la historia. Al igual que sucede con los cuatro sellos, también los cuatro toques de trompeta se describen en otras tantas escenas. Las imágenes dramáticas (los distintos flagelos) que se abaten sobre los hombres y sobre la creación manifiestan la severidad del juicio de Dios. Por otra parte, las atrocidades que cometen los hombres por todos los rincones de la tierra contra otros hombres, las injusticias que se perpetran cruelmente, las violencias que continúan cosechando víctimas no encuentran a un Dios lejano e impasible. Cada página de la Escritura nos presenta al Señor que participa de manera apasionada y a veces dramática en los acontecimientos de la historia y de su pueblo. También debemos revisar y analizar nuestras obras; incluso nuestras palabras son sometidas al juicio de Dios, como advierte Jesús en el Evangelio. La desidia, la superficialidad, la indiferencia, la pereza, las maldades no son una cadena que se ejecuta y no deja consecuencias. Podemos no hacer caso al daño que provocan. ¡Y cuántas veces sucede! El mal a menudo es banal, en el sentido de que se hacen cosas malas, incluso terribles, con ligereza y desconsideración. No pensamos en las consecuencias ni para los demás ni para nosotros. Las tinieblas, sin embargo, no dominan todavía todo el horizonte: sólo queda anulada una tercera parte de la luz del día. Todavía hay tiempo para tomar aquellas decisiones que pueden cambiar nuestra vida y también el juicio que se cierne sobre nosotros. Interviene el águila que aparece tres veces y grita: "¡Ay!". Es el grito del Evangelio para que convirtamos al Señor nuestra vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.