ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo del histórico encuentro de Asís (1986) en el que Juan Pablo II invitó a representantes de todas las confesiones cristianas y de las grandes religiones mundiales a rezar por la paz.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo del histórico encuentro de Asís (1986) en el que Juan Pablo II invitó a representantes de todas las confesiones cristianas y de las grandes religiones mundiales a rezar por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 10,1-7

Vi también a otro Ángel poderoso, que bajaba del cielo envuelto en una nube, con el arcoiris sobre su cabeza, su rostro como el sol y sus piernas como columnas de fuego. En su mano tenía un librito abierto. Puso el pie derecho sobre el mar y izquierdo sobre la tierra, y gritó con fuerte voz, como ruge el león. Y cuando gritó, siete truenos hicieron oír su fragor. Apenas hicieron oír su voz los siete truenos, me disponía a escribir, cuando oí una voz del cielo que decía: « Sella lo que han dicho los siete truenos y no lo escribas». Entonces el Ángel que había visto yo de pie sobre el mar y la tierra, levantó al cielo su mano derecha y juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó el cielo y cuanto hay en él, la tierra y cuanto hay en ella, el mar y cuanto hay en él: «¡Ya no habrá dilación! sino que en los días en que se oiga la voz del séptimo Ángel, cuando se ponga a tocar la trompeta, se habrá consumado el Misterio de Dios, según lo había anunciado como buena nueva a sus siervos los profetas.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después de las seis primeras trompetas, que con su toque desataron el mal con las consecuentes ruinas y catástrofes, se acerca el sonido de la séptima, pero todavía no se oye. Juan interrumpe la escena y narra la visión de otro ángel que baja del cielo. Es un ángel distinto de los demás, pues parece conferido por una dignidad excepcional. Lleva el arco iris en la cabeza, signo de la alianza de Dios con los pueblos de la tierra, como sucedió con Noé después del diluvio. Su rostro es resplandeciente como el sol. Sus piernas, fuertes como columnas de fuego, reposan una sobre el mar y la otra sobre la tierra: domina toda la creación. Es el Mesías. Se presenta como el Señor de la historia. Lleva en la mano un "librito": el Evangelio. Dios, con Su Hijo, ha intervenido en la historia de los hombres devastada por el Príncipe del Mal y ha traído la salvación y la paz. Aquel "librito" no está cerrado ni es inaccesible: está "abierto" y todos pueden acceder a él. Es un libro pequeño (en griego se utiliza el diminutivo cariñoso, "librito"), puede parecer débil, pero tiene la misma potencia que el Mesías. Sus palabras son como el estruendo de un trueno que hace temblar la tierra. Frente a las tragedias de la historia, frente a los dramas que marcan el mundo en el inicio de este nuevo milenio, el apóstol muestra la visión del ángel que baja del cielo mientras presenta aquel "librito". Realmente el Evangelio es la fuerza de los creyentes, es la Palabra definitiva de Dios. El ángel advierte: "¡Ya no habrá dilación!". Sí, no podemos aplazar más nuestras decisiones, no podemos dejar para más adelante optar por el Señor, ni debemos esperar a nadie más. Hoy tenemos que escuchar la voz del Señor y acogerla en nuestro corazón. Esa es la misión de los cristianos. Y debe hacerse realidad en todas las generaciones, también en la nuestra. Es la misma misión que se le pidió en Patmos a Juan: acoger el "librito", Palabra definitiva de Dios, escribirla con la vida, y comunicarla a los hombres de su tiempo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.