ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 11,15-19

Tocó el séptimo Ángel... Entonces sonaron en el cielo fuertes voces que decían: «Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos.» Y los veinticuatro Ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se postraron rostro en tierra y adoraron a Dios diciendo: «Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, "Aquel que es y que era" porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado. Las naciones se habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.» Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el Santuario, y se produjeron relámpagos, y fragor, y truenos, y temblor de tierra y fuerte granizada.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras una larga serie de acontecimientos que habían seguido al sonido de la sexta trompeta (9, 13-21), el sonido de la séptima trompeta inaugura el reino del Mesías. El apóstol Pablo había dicho: "Él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies" (1 Co 15, 25). Jesús ha vencido al Mal y a la muerte. Vuelven a entrar en escena los veinticuatro ancianos, es decir, todos los justos de la Primera y de la Nueva Alianza. Ellos, como en una gran liturgia de acción de gracias, hacen lo que nosotros celebramos cada domingo: se postran ante Dios y le dan gracias por la salvación que da al mundo. Es la Eucaristía, que significa, precisamente, acción de gracias: "Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, 'Aquel que es y que era'". Ya no dicen "que vienes", como decimos nosotros ahora, porque ya hemos llegado a la plenitud de los tiempos. Dios es juez y salvador, aquel que condena a "los que destruyen la tierra" y que recompensa a "los siervos, los profetas, los santos y a los que temen su nombre, pequeños y grandes". Y entonces aparece el arca de la alianza, el "Santuario", que una cortina ocultaba a la mirada de los hombres. Aquella arca, que en el templo de Sión quedaba oculta a la mirada humana por una gruesa tela, ahora es visible para la contemplación de los salvados. Sí, el misterio y la transcendencia de Dios perviven, tal como atestiguan la coreografía de relámpagos, fragor y truenos, temblores de tierra y granizadas, que recuerdan las epifanías divinas en la tierra, especialmente la del Sinaí (Ex 19, 19), y la del Viernes Santo, cuando, como escribe Mateo: "el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron" (27, 51). Cristo ha convertido a los discípulos en un pueblo santo, un sacerdocio real, que puede acceder directamente al Señor del cielo y de la tierra.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.