ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Salmo responsorial

Salmo 143 (144)

Bendito sea Yahveh, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la batalla;

él, mi amor y mi baluarte,
mi ciudadela y mi libertador,
mi escudo en el que me cobijo,
el que los pueblos somete a mi poder.

Yahveh, ¿qué es el hombre para que le conozcas,
el hijo de hombre para que en él pienses?

El hombre es semejante a un soplo,
sus días, como sombra que pasa.

¡Yahveh, inclina tus cielos y desciende,
toca los montes, que echen humo;

fulmina el rayo y desconciértalos,
lanza tus flechas y trastórnalos!

Extiende tu mano desde lo alto,
sálvame, líbrame de las muchas aguas,
de la mano de los hijos de extranjeros,

cuya boca profiere falsedad
y cuya diestra es diestra de mentira.

Oh Dios, quiero cantarte un canto nuevo,
salmodiar para ti al arpa de diez cuerdas,

tú que das a los reyes la victoria,
que salvas a David tu servidor.
De espada de infortunio

sálvame.
líbrame de la mano de extranjeros,
cuya boca profiere falsedad
y cuya diestra es diestra de mentira.

Sean nuestros hijos como plantas
florecientes en su juventud,
nuestras hijas como columnas angulares,
esculpidas como las de un palacio;

nuestros graneros llenos, rebosantes
de frutos de toda especie,
nuestras ovejas, a millares, a miríadas,
por nuestras praderías;

nuestras bestias bien cargadas;
no haya brecha ni salida,
ni grito en nuestras plazas.

¡Feliz el pueblo a quien así sucede
feliz el pueblo cuyo Dios es Yahveh!

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.