ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san León Magno, obispo de Roma, que guió la Iglesia en tiempos difíciles.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san León Magno, obispo de Roma, que guió la Iglesia en tiempos difíciles.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 14,6-20

Luego vi a otro Ángel que volaba por lo alto del cielo y tenía una buena nueva eterna que anunciar a los que están en la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo. Decía con fuerte voz: «Temed a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su Juicio; adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua.» Y un segundo Ángel le siguió diciendo: «Cayó, cayó la Gran Babilonia, la que dio a beber a todas las naciones el vino del furor.» Un tercer Ángel les siguió, diciendo con fuerte voz: «Si alguno adora a la Bestia y a su imagen, y acepta la marca en su frente o en su mano, tendrá que beber también del vino del furor de Dios, que está preparado, puro, en la copa de su cólera. Será atormentado con fuego y azufre, delante de los santos Ángeles y delante del Cordero. Y la humareda de su tormento se eleva por los siglos de los siglos; no hay reposo, ni de día ni de noche, para los que adoran a la Bestia y a su imagen, ni para el que acepta la marca de su nombre.» Aquí se requiere la paciencia de los santos, de los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Luego oí una voz que decía desde el cielo: «Escribe: Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, sí - dice el Espíritu -, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan.» Y seguí viendo. Había una nube blanca, y sobre la nube sentado uno como Hijo de hombre , que llevaba en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada. Luego salió del Santuario otro Ángel gritando con fuerte voz al que estaba sentado en la nube: «Mete tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar; la mies de la tierra está madura.» Y el que estaba sentado en la nube metió su hoz en la tierra y se quedó segada la tierra. Otro Ángel salió entonces del Santuario que hay en el cielo; tenía también una hoz afilada. Y salió del altar otro Ángel, el que tiene poder sobre el fuego, y gritó con fuerte voz al que tenía la hoz afilada: «Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque están en sazón sus uvas.» El Ángel metió su hoz en la tierra y vendimió la viña de la tierra y lo echó todo en el gran lagar del furor de Dios. Y el lagar fue pisado fuera de la ciudad y brotó sangre del lagar hasta la altura de los frenos de los caballos en una extensión de 1.600 estadios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan ve una nueva escena: seis ángeles, y en medio el Cristo que tiene sobre la cabeza una corona y en la mano una hoz: es el Señor y el Juez de la historia. Se anuncia y se prepara el juicio universal. Ya el profeta Joel había descrito "el Día del Señor" en el Valle de la Decisión: "Meted la hoz, porque la mies está madura; venid a pisar, que el lagar está lleno y las tinajas rebosan: tantos son sus delitos" (4,13). Y el mismo Jesús varias veces había hablado en términos de vendimia y de siega. El primer ángel advierte que el juicio está a las puertas y trae "un Evangelio eterno". No es el "librito", reservado a los discípulos, sino que es el anuncio de la primacía de Dios y del amor sobre la vida de los hombres: "temed a Dios y dadle gloria". Podemos traducirlo como: "Aquel que se deja guiar por el amor se salvará". Es lo mismo que leemos en el juicio final del capítulo 25 de Mateo. El "Evangelio eterno" es el Evangelio universal del amor, al que podemos añadir la segunda bienaventuranza que el apóstol pone en el Apocalipsis: "Dichosos los muertos que mueren en el Señor" porque a ellos se les dará el reino de los cielos. La historia humana no es un correr sin sentido ni un itinerario sin luz. La historia nace del amor de Dios y en su amor encuentra su fin. El resto, todo lo que no es de Dios, todo lo que no es amor, es segado y quemado, empezando por Babilonia, la ciudad prostituida. Aquella ciudad, en efecto, cae; y todo aquel que se deja seducir por la Bestia será presa de los tormentos. Pero Cristo, que derramó su sangre fuera de la ciudad, se convierte en fuente de salvación para aquellos que lo acogen.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.