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Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Recuerdo de la dedicación de las basílicas romanas de San Pedro del Vaticano y de San Pablo Extramuros.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

Recuerdo de la dedicación de las basílicas romanas de San Pedro del Vaticano y de San Pablo Extramuros.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 18,9-20

Llorarán, harán duelo por ella los reyes de la tierra, los que con ella fornicaron y se dieron al lujo, cuando vean la humareda de sus llamas; se quedarán a distancia horrorizados ante su suplicio, y dirán: «¡Ay, ay, la Gran Ciudad!
¡Babilonia, ciudad poderosa,
que en una hora ha llegado tu juicio!» Lloran y se lamentan por ella los mercaderes de la tierra, porque nadie compra ya sus cargamentos: cargamentos de oro y plata, piedras preciosas y perlas, lino y púrpura, seda y escarlata, toda clase de maderas olorosas y toda clase de objetos de marfil, toda clase de objetos de madera preciosa, de bronce, de hierro y de mármol; cinamomo, amomo, perfumes, mirra, incienso, vino, aceite, harina, trigo, bestias de carga, ovejas, caballos y carros; esclavos y mercancía humana. Y los frutos en sazón que codiciaba tu alma, se han alejado de ti; y toda magnificencia y esplendor se han terminado para ti, y nunca jamás aparecerán. Los mercaderes de estas cosas, los que a costa de ella se habían enriquecido, se quedarán a distancia horrorizados ante su suplicio, llorando y lamentándose: «¡Ay, ay, la Gran Ciudad,
vestida de lino, púrpura y escarlata,
resplandeciente de oro, piedras preciosas y perlas, que en una hora ha sido arruinada tanta riqueza!» Todos los capitanes, oficiales de barco y los marineros, y cuantos se ocupan en trabajos del mar, se quedaron a distancia y gritaban al ver la humareda de sus llamas: «¿Quién como la Gran Ciudad?» Y echando polvo sobre sus cabezas, gritaban llorando y lamentándose: «¡Ay, ay, la Gran Ciudad,
con cuya opulencia se enriquecieron
cuantos tenían las naves en el mar;
que en una hora ha sido asolada!» Alégrate por ella, cielo, y vosotros, los santos, los apóstoles y los profetas, porque al condenarla a ella, Dios ha juzgado vuestra causa.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor del Apocalipsis, para dar esperanza y confianza a los cristianos, describe la caída de Babilonia, la superpotencia mundial responsable de la persecución contra la Iglesia. A pesar de la aparente estabilidad del Imperio romano, Juan sabe que todo está en las manos de Dios: también el Imperio romano está sometido a Él. Y todo poder que no se basa en Dios o en las leyes divinas, sino únicamente en su arrogancia y su propio interés acabará en la ruina. Eso mismo es lo que le pasó a Roma, y podríamos añadir también aquellas ideologías del siglo pasado que querían construir humanismos alejados de Dios. Juan pone la caída de Roma en boca de aquellos que han propiciado y se han beneficiado del esplendor de aquella ciudad y que se han dejado contaminar por sus vicios. Son tres categorías de personas: los reyes, los mercaderes y los capitanes de barco; en definitiva, el poder político y económico que tenía su fuente, su alimentación y su salida en la gran metrópolis. Los reyes indican el poder estatal, que imita en todo las infidelidades y la idolatría de Babilonia; los mercaderes son los que comercian al por mayor, utilizando las flotas para el transporte de sus mercancías, representando lo que hoy podrían ser las grandes multinacionales; los capitanes y trabajadores del mar representan a los ministros de los numerosos "servicios públicos". La primera lamentación (vv. 9-10) la entonan los poderosos de la tierra que, ante las ruinas humeantes de Babilonia, ven cómo se configura su destino. Empiezan con un doble "Ay" y terminan con el amargo asombro por una caída tan repentina: la superpotencia babilonia había caído como un castillo de naipes "en una hora". Pero ya el salmista meditaba: "Sólo un soplo es el hombre que se yergue, mera sombra el humano que pasa, sólo un soplo las riquezas que amontona" (Sal 39, 6-7). La segunda lamentación sobre Babilonia (vv. 11-17 a) la entonan los gestores del sistema comercial que giraba alrededor del Imperio como sobre su eje fundamental. La larga lista de mercancías (vv. 12-13) está formada sobre todo por artículos de lujo que Roma importaba del Imperio y de las regiones más remotas. La tercera y última lamentación la entonan los navegantes (vv. 17b-19). También esta empieza con dos "Ay" y se cierra con el triste descubrimiento de que "en una hora ha sido asolada" (v. 19). Entra finalmente una voz externa que se dirige a los justos y a las víctimas del poder opresor, que asisten al juicio divino con alegría porque termina una pesadilla y empieza un horizonte de luz y de paz (v. 20). Condenando el mal, Dios hace justicia al bien. El juicio de los pecadores tiene como anverso de la moneda la gloria de "los santos, los apóstoles y los profetas", los hombres y las mujeres de Dios, y el triunfo de la verdad y de la justicia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.