ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 19,11-21

Entonces vi el cielo abierto, y había un caballo blanco: el que lo monta se llama «Fiel» y «Veraz»; y juzga y combate con justicia. Sus ojos, llama de fuego; sobre su cabeza, muchas diademas; lleva escrito un nombre que sólo él conoce; viste un manto empapado en sangre y su nombre es: La Palabra de Dios. Y los ejércitos del cielo, vestidos de lino blanco puro, le seguían sobre caballos blancos. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a los paganos; él los regirá con cetro de hierro; él pisa el lagar del vino de la furiosa cólera de Dios, el Todopoderoso. Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de Señores. Luego vi a un Ángel de pie sobre el sol que gritaba con fuerte voz a todas las aves que volaban por lo alto del cielo: «Venid, reuníos para el gran banquete de Dios, para que comáis carne de reyes, carne de tribunos y carne de valientes, carne de caballos y de sus jinetes, y carne de toda clase de gente, libres y esclavos, pequeños y grandes.» Vi entonces a la Bestia y a los reyes de la tierra con sus ejércitos reunidos para entablar combate contra el que iba montado en el caballo y contra su ejército. Pero la Bestia fue capturada, y con ella el falso profeta - el que había realizado al servicio de la Bestia las señales con que seducía a los que habían aceptado la marca de la Bestia y a los que adoraban su imagen - los dos fueron arrojados vivos al lago del fuego que arde con azufre. Los demás fueron exterminados por la espada que sale de la boca del que monta el caballo, y todas las aves se hartaron de sus carnes.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estamos en la última serie de siete que representa no sólo la conclusión del Apocalipsis, sino también la conclusión de toda la revelación desde Abrahán hasta el último día, pasando por el acontecimiento central de la encarnación de Cristo. Es una profecía de consuelo: el duelo entre el Bien y el Mal, entre el Verbo y la Bestia, termina con victoria del Verbo. Sí, el apóstol subraya una vez más la dimensión agónica, de lucha, del cristianismo y, por tanto, de todo discípulo. Se trata de una lucha que no es sólo exterior; al contrario, se trata de una lucha que debe hacerse en el interior de cada uno, en el corazón. Pero no estamos solos en esta lucha contra el enemigo -aquel diablo que "como león rugiente, busca a quién devorar" (1 P 5, 8)- porque con nosotros está el Caballero celestial, el Fiel y el Veraz, el "Verbo". Sí, también nosotros recibimos la Palabra -aquella espada que sale de su boca- para derrotar al Mal. También hay un ángel, de pie como el Cristo glorioso, con quien comparte la aureola solar, que invita a los pájaros a un macabro banquete similar al descrito por Ezequiel (39, 1-20), en el que se predice la derrota del enemigo. Y finalmente Juan ve a la Bestia con su ejército en formación contra el Caballero divino. El autor no se detiene a describir el conflicto. Comunica de inmediato, sin dilación, la derrota de la Bestia y del falso profeta, ambos "arrojados al lago del fuego que arde con azufre". El apóstol advierte a todos los creyentes de que la victoria ya está marcada. Así pues, no deben temer. La advertencia clara que extraemos de esta página es que Cristo combate y derrota al enemigo con la espada que le sale de la boca, con su Palabra. Esa es el arma que ha dejado a su Iglesia y a cada creyente. Es nuestra única fuerza para derrotar al Mal.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.