ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 6,34-44

Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. Era ya una hora muy avanzada cuando se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «El lugar está deshabitado y ya es hora avanzada. Despídelos para que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de comer.» El les contestó: «Dadles vosotros de comer.» Ellos le dicen: «¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» El les dice: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.» Después de haberse cerciorado, le dicen: «Cinco, y dos peces.» Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde hierba. Y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo. También repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron. Y recogieron las sobras, doce canastos llenos y también lo de los peces. Los que comieron los panes fueron 5.000 hombres.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Las multitudes que encontraba Jesús estaban compuestas por personas cansadas y desfallecidas, como están las ovejas cuando no tienen pastor, señala el evangelista. Jesús, viéndolas, tiene compasión de ellas y se pone a enseñarles durante toda la jornada. Todos tenían hambre de palabras verdaderas para sus vidas, tanto que permanecieron escuchando a este joven profeta hasta bien entrada la tarde, sin que nadie se marchara. Jesús era verdaderamente el nuevo pastor que no dejaba sin alimento, sin pan, a sus ovejas. Al llegar el atardecer los discípulos, pensado que eran más sabios que su Maestro, sugieren despedir a la gente para que cada uno se procurara el alimento en las aldeas vecinas. Probablemente habían pensado que Jesús se había excedido hablando: ¡demasiadas palabras! Era hora de dejarles irse a casa. Pero el corazón de Jesús es mucho más grande que las mezquindades de los discípulos; él sabe bien que tenemos necesidad del alimento para el corazón y para el cuerpo. Por esto ha venido en medio de nosotros, y no despide a nadie. Dirigiéndose a los discípulos les dice: "Dadles vosotros de comer". Ellos se quedan desconcertados ante esta singular invitación; entre otras cosas llevan muy poco dinero encima, y por eso le responden: "¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?" (v. 37). Todavía no han comprendido que su riqueza es el Señor. Ocurre con frecuencia incluso hoy que los cristianos van en busca de no se sabe qué medios para cambiar los corazones y el mundo, olvidándose de que en sus manos está el Evangelio, la verdadera riqueza y la verdadera fuerza que cambia. Jesús los mandó a informarse de cuántos panes había, y la respuesta fue desalentadora: "Cinco, y dos peces". Verdaderamente nada, pero Jesús, contrariamente a lo que pensaban, manda a todos que se sienten. Parece una invitación a sentarse a la mesa. Se hace traer los cinco panes y los dos peces que habían encontrado entre la gente y los multiplica, como antes había multiplicado las palabras: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4). Pide entonces a los discípulos que distribuyan el pan que él mismo había multiplicado. Esta misma página evangélica pide ser "multiplicada", es decir, ser hecha realidad por toda comunidad cristiana: multiplicar la comunicación del Evangelio y acrecentar el amor por los pobres es el camino que el Señor indica hoy a la Iglesia para atraer a los que tienen hambre y sed de amor y de esperanza.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.