ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 8,34-9,1

Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.» Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús acaba de revelar a sus discípulos los sufrimientos que le esperan en Jerusalén. De hecho no se presenta como un Mesías triunfador según la mentalidad corriente de aquel tiempo; al contrario, deberá sufrir mucho. Por otro lado no puede callar sobre este punto que le afecta personalmente, y que también afectará la vida de todo discípulo. El evangelista Marcos hace hablar a Jesús directamente a la multitud que le sigue: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". En efecto, el seguimiento de Jesús demanda renegar del propio yo, de la propia autosuficiencia y orgullo. Pero no se trata solo de una perspectiva ascética, de sacrificio, de mortificación: Jesús propone el camino para una vida plena, sólida, buena para uno mismo y para los demás. Por esto añade: "Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará". Quien se repliega sobre sí mismo, quien guarda su vida solo para sí, quien piensa solo en sus propios asuntos, acabará por perder esa misma vida volviéndola triste y árida. Por el contrario, la vida se multiplica, es decir, se hace mucho más rica, si se gasta por el Evangelio, siguiendo a Jesús y ayudándole para que se instaure su reino de amor. El discípulo, siguiendo a su Maestro, participa en el mismo sueño de Dios, que quiere la salvación de todos los pueblos. Este camino conlleva incluso la cruz. La historia nos lo sigue mostrando: basta pensar en los millones de mártires que a lo largo del siglo XX han sufrido torturas, vejaciones y muerte por amor a Jesús y a su Iglesia. Todavía hoy, al comienzo de este nuevo milenio continúa la larga lista de los que salvan la propia vida ofreciéndola al Señor. Cada discípulo debe renunciar al amor por sí mismo y tomar la cruz, la que le echan encima los que se oponen al Evangelio, y la que pesa sobre la vida de los débiles, de los pobres, los condenados, los torturados, los excluidos. Quien gasta su vida al servicio del Evangelio y de los pobres -dice Jesús- salva su alma, alcanza la plenitud de la vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.