ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 11,27-33

Vuelven a Jerusalén y, mientras paseaba por el Templo, se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?» Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme.» Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: "Del cielo", dirá: "Entonces, ¿por qué no le creísteis?" Pero ¿vamos a decir: "De los hombres?"» Tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un verdadero profeta. Responden, pues, a Jesús: «No sabemos.» Jesús entonces les dice: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es la tercera vez que Jesús entra en Jerusalén y pasea por el templo, convertido ya en la sede habitual de sus enseñanzas. El templo no es ya el lugar del mercado, y ni siquiera de los negocios individuales; Jesús lo ha purificado convirtiéndolo en el espacio de la manifestación de la Palabra de Dios. En este contexto se enfrenta definitivamente a los jefes religiosos, con el fin de mostrar quién es el verdadero pastor del pueblo de Israel. No es casualidad que los jefes del pueblo le interroguen sobre su autoridad: "¿Con qué autoridad haces esto?" Ellos estaban convencidos -como también nosotros lo estamos de nuestras ideas y costumbres- de basar su autoridad en la doctrina de Moisés, pero Jesús, ¿en quién basaba la suya? No cabe duda de que se trataba de una cuestión central; en cierto sentido es el mismo problema que aflora en Nazaret durante la primera predicación de Jesús, es decir, la cuestión de la autoridad del Evangelio sobre nuestra vida. Tanto los habitantes de Nazaret como los jefes del pueblo rechazaban que Jesús tuviese autoridad sobre ellos: no podía pretender nada de ellos, y mucho menos que le confiasen su vida. Jesús no da ninguna respuesta. Parece una actitud poco conciliadora y un signo de escasa disponibilidad; en realidad el Señor sabe que su Palabra puede dar frutos solo si cae en el terreno de un corazón limpio y sincero. Aquellos sumos sacerdotes, escribas y ancianos responden "no sabemos", pero no son sinceros: pensaban otra cosa diferente de lo que decían. De este modo Jesús estigmatiza la cerrazón de los corazones falsos e hipócritas. Jesús no habla porque su palabra habría sido del todo banalizada, y se hubiera perdido en corazones claramente falsos, cerrados, y por tanto inhospitalarios. El silencio de Jesús viene marcado en realidad por la sordera de quien no sabe ni quiere escuchar. La Palabra no habla a quien no se predispone a acogerla con corazón abierto.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.