ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Salmo responsorial

Salmo 48 (49)

¡Oídlo, pueblos todos,
escuchad, habitantes todos de la tierra,

hijos de Adán, así como hijos de hombre,
ricos y pobres a la vez!

Mi boca va a decir sabiduría,
y cordura el murmullo de mi corazón;

tiendo mi oído a un proverbio,
al son de cítara descubriré mi enigma.

¿Por qué temer en días de desgracia
cuando me cerca la malicia de los que me hostigan,

los que ponen su confianza en su fortuna,
y se glorían de su gran riqueza?

¡Si nadie puede redimirse
ni pagar a Dios por su rescate!;

es muy cara la redención de su alma,
y siempre faltará,

para que viva aún y nunca vea la fosa.

Se ve, en cambio, fenecer a los sabios,
perecer a la par necio y estúpido,
y dejar para otros sus riquezas.

Sus tumbas son sus casas para siempre,
sus moradas de edad en edad;
¡y a sus tierras habían puesto sus nombres!

El hombre en la opulencia no comprende,
a las bestias mudas se asemeja.

Así andan ellos, seguros de sí mismos,
y llegan al final, contentos de su suerte. Pausa.

Como ovejas son llevados al seol,
los pastorea la Muerte,
y los rectos dominarán sobre ellos.
Por la mañana se desgasta su imagen,
¡el seol será su residencia!

Pero Dios rescatará mi alma,
de las garras del seol me cobrará.

No temas cuando el hombre se enriquece,
cuando crece el boato de su casa.

Que a su muerte, nada ha de llevarse,
su boato no bajará con él.

Aunque en vida se bendecía a sí mismo
- te alaban, porque te has tratado bien -,

irá a unirse a la estirpe de sus padres,
que nunca ya verán la luz.

El hombre en la opulencia no comprende,
a las bestias mudas se asemeja.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.