ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

Recuerdo de san Anastasio (259-373), obispo de Alejandría de Egipto. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos

Recuerdo de san Anastasio (259-373), obispo de Alejandría de Egipto.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,1-8

Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.» Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo:
el que no nazca de lo alto
no puede ver el Reino de Dios.» Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu
no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne;
lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho:
Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere,
y oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.
Así es todo el que nace del Espíritu.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En este tiempo litúrgico de Pascua, la liturgia nos abre el tercer capítulo del Evangelio de Juan y nos presenta a Nicodemo, destacado miembro del sanedrín, un hombre piadoso y sin prejuicios. Lo vimos durante la pasión honrando a Jesús con una sepultura digna. El evangelista Juan nos lo presenta en el primer encuentro que tiene con el joven maestro de Nazaret. Había ido cultivando en su corazón un notable aprecio por Jesús, pero tenía miedo de manifestarlo en público. Por eso prefirió ir a encontrarle de noche. La narración evangélica no nos dice qué quería pedirle. De todos modos, sentía un respeto religioso por aquel joven "maestro venido de Dios" y estaba sorprendido por sus obras. Y le manifiesta rápidamente el estupor por las obras que lleva a cabo Jesús. Pero Jesús, sin esperar la pregunta de Nicodemo, se le anticipa y le dice que la condición indispensable para salvarse es nacer "de nuevo". Nicodemo, tal vez un poco molesto, contesta: "¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?". Jesús no enumera las acciones que hay que hacer ni hace una lista con los preceptos que hay que observar; sí afirma, en cambio, que es necesario cambiar totalmente de vida, cambiar profundamente. Renacer no significa hacer algo más o pensar cosas distintas. Renacer significa acoger en el corazón el Espíritu de Dios que recrea la vida. Su soplo espiritual transforma los corazones hasta renovarlos, hace que sean capaces de amar y de ser atrevidos como antes no podían ni imaginar. Escribe el profeta Ezequiel: "yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios" (Ez 11, 19-20). Aquella noche las palabras del profeta se hicieron carne en aquel anciano y le dieron una energía de vida nueva: se convirtió en discípulo de Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.