ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 10,11-18

Yo soy el buen pastor.
El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor,
a quien no pertenecen las ovejas,
ve venir al lobo,
abandona las ovejas y huye,
y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado
y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor;
y conozco mis ovejas
y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre
y yo conozco a mi Padre
y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas,
que no son de este redil;
también a ésas las tengo que conducir
y escucharán mi voz;
y habrá un solo rebaño,
un solo pastor. Por eso me ama el Padre,
porque doy mi vida,
para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita;
yo la doy voluntariamente.
Tengo poder para darla
y poder para recobrarla de nuevo;
esa es la orden que he recibido de mi Padre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En esta página evangélica Jesús se propone como el "buen pastor" que reúne a las ovejas dispersas y las guía por el camino de Dios. Aunque la imagen sea antigua, es de gran actualidad, si tenemos en cuenta la dispersión de los hombres y de las mujeres en el mundo en el que vivimos, que venga un buen pastor. El individualismo, arraigado en el corazón de cada hombre, hoy parece ser aún más fuerte que ayer: la sociedad se ha hecho más competitiva, más agresiva y, por tanto, más cruel. El impulso hacia la disgregación es más fuerte que el impulso hacia la solidaridad: personas y pueblos enteros consideran que sus intereses están por encima de todo y de todos. Crecen cada vez más las distancias y los conflictos. El sueño de la igualdad se considera incluso peligroso. No tener que depender de nadie y no dejarse influir o condicionar jamás por nadie se llega a exaltar como un valor. En este clima crecen y se multiplican los "ladrones" y los "salteadores", es decir, aquellos que roban la vida de los demás para su beneficio personal. Hasta la vida humana se convierte en una mercancía que se puede vender y robar. La dictadura del mercado no perdona a nadie. Y los más débiles son los más castigados. Hace falta un "buen pastor" que conozca a las ovejas y las salve, una por una, llevándolas a pastos y procurando que todas puedan alimentarse suficientemente. Pero hay demasiados "ladrones" y "salteadores" que continúan robando la vida. Y por desgracia todos corremos el riesgo de convertirnos en sus cómplices, pues cada vez que nos cerramos en nuestro egocentrismo, no solo somos nosotros mismos presa de aquellos ladrones, sino que nos convertimos en cómplices de sus fechorías. San Ambrosio, con razón, afirmaba: "¡Cuántos amos acaban teniendo aquellos que rechazan al único Señor!". Jesús, pastor bueno, nos reúne de la dispersión para llevarnos a un destino común; y si es necesario va personalmente a buscar al que se ha descarriado para reconducirlo al redil. Para lograrlo no teme pasar, si es necesario, a través de la muerte, sabiendo que el Padre devuelve la vida a quien la gasta con generosidad por los demás. Es el milagro de la Pascua. Jesús resucitado es la puerta que se ha abierto para que nosotros entremos en la vida que no termina. Jesús no solo no nos roba la vida, sino que al contrario, nos la da en abundancia. Multiplicada por la eternidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.