ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Agustín de Canterbury (+ 605 ca.) obispo, padre de la Iglesia inglesa. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Agustín de Canterbury (+ 605 ca.) obispo, padre de la Iglesia inglesa.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,12-17

Este es el mandamiento mío:
que os améis los unos a los otros
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su amo;
a vosotros os he llamado amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre
os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí,
sino que yo os he elegido a vosotros,
y os he destinado
para que vayáis y deis fruto,
y que vuestro fruto permanezca;
de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre
os lo conceda. Lo que os mando es
que os améis los unos a los otros.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, que ya había hablado a los discípulos sobre el mandamiento nuevo, ahora en la solemnidad de un discurso de despedida, lo retoma: "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado". No dice simplemente "amaos los unos a los otros"; añade la medida que debe tener este amor mutuo: "como yo os he amado". Ya en la alegoría de la vid se podía deducir la calidad del amor evangélico: la savia que la vid introduce en el sarmiento es precisamente el amor mismo de Jesús. Por eso el amor de los discípulos no es un amor cualquiera, no nace de ellos mismos, de sus tradiciones, de su carácter, de su educación. El amor evangélico es un don que recibimos del mismo Jesús. Es el ágape, es decir, el amor de Dios que se derrama en nuestros corazones. Se trata de un amor totalmente gratuito que se olvida de sí mismo y que llega incluso a dar su vida por los demás. Así amó Jesús. El amor cristiano transforma la relación entre el Maestro y el discípulo, entre el Creador y la criatura: queda anulada aquella distancia jerárquica que debería haber, y se instaura en su lugar una nueva relación, la del amor gratuito. Jesús la explica con estas palabras: "No os llamo ya siervos... a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer". Podríamos decir que la sustancia del vínculo entre Jesús y los discípulos es la amistad. Ya Dios llamó a Abrahán "amigo" y no siervo, porque Dios no le ocultaba nada. Del mismo modo, tampoco Jesús tiene siervos, sino solo amigos. La palabra "amigo" no es una expresión raída para Jesús. Para él es una palabra comprometedora para su misma vida. Él siente amistad con todos, incluso con Judas que lo traicionará. Y si hay que destacar una preferencia, no cabe duda que está en los más débiles, en los más pobres, en los más pecadores y en los excluidos. Ningún hombre, ninguna mujer son enemigos para él; no hay ningún atisbo de cultura del enemigo en los Evangelios. Como mucho, hay un increíble testimonio de amistad. Sus discípulos saben que ese es el tesoro que deben vivir y comunicar.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.