ORACIÓN CADA DÍA

Palabra de dios todos los dias

Domingo de la Ascensión
Recuerdo de san Bonifacio, obispo y mártir. Anunció el Evangelio en Alemania y fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía (+ 754)
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Libretto DEL GIORNO

Homilía

"Galileos, ¿por qué permanecéis mirando al cielo?" La pregunta de los dos hombres vestidos de blanco sorprende a los apóstoles, que se sienten oprimidos por un sentimiento de vacío, suspendidos entre la nostalgia del pasado y el desánimo del presente. Ya no piensan en Jesús, porque están dominados por el sentimiento de ellos mismos y por su soledad. Su cielo realmente está vacío porque contemplan su abandono sin esperar ningún consuelo. El cielo que los apóstoles miran no es el de las Escrituras, sino su futuro carente de esperanza. Un cielo cerrado está inevitablemente vacío: de él no sale la voz de Dios, no se ven en él ni ángeles que suben o bajan ni al Hijo del hombre. Y a pesar de todo ello, los discípulos insisten en fijar su mirada en aquel cielo. Nos sucede lo mismo a nosotros cuando miramos al cielo sabiendo ya qué puede venir del cielo o cuando pensamos en el cielo solo de manera negativa como abstracción y fuga del día a día inmediato y concreto. Pero la voz que revela la inutilidad de ese modo de mirar el cielo es una voz de ángeles. Es la palabra de Dios, la que nos previene de un modo falsamente religioso de mirar al cielo.
La Palabra de Dios nos aparta de nosotros mismos y de las proyecciones de nosotros mismos que llegan hasta el cielo. La Palabra nos invita a mirar a Jesús, no al vacío de nuestro cielo sino a la realidad y al significado de su Ascensión. Aquel cielo, que ya no está cerrado ni vacío, se convierte en el lugar del que podemos esperar algo, el retorno "un día" de Jesús "tal como le habéis visto marchar al cielo". Esperar eso, sin embargo, significa creer que él es ocultado "a sus ojos" pero que está vivo. Si ya no está entre nosotros no es porque se haya diluido; al contrario, su presencia se ha difundido, no solo entre nosotros, sino por todo el mundo. Ese es el sentido de la Ascensión. Por tanto, Jesús más que alejarse del mundo en el que se hizo inaprensible, se apartó de una manera limitada de estar entre los hombres. Se apartó tal vez de nuestra posesión, que es el motivo por el que el cielo nos parece vacío y no somos capaces de verlo. Podemos levantar la mirada como los apóstoles y no ver nada, porque vemos solo lo que queremos ver: la confirmación de los sentimientos tristes que cada uno de nosotros llevamos en el corazón.
Pero el mensaje de esta Ascensión es otro. Es la invitación de seguir a Jesús que se hace presente en todo el mundo. Antiguamente, la palabra "campanario" evocaba el sentido de una solidaridad humana dentro de una pequeña comunidad que no tenía relación con el exterior. Hoy, en cambio, se ha convertido en sinónimo de egoísmo y de disgregación, una invitación a pensar en uno mismo ignorando un mundo que se ha convertido en una única gran aldea. Cada campanario nos invita hoy a escuchar el mensaje de la Ascensión, ampliando nuestra perspectiva desde lo particular hasta lo universal, del amor por nosotros mismos al amor por todos los hombres, en particular por los más pobres. Hay momentos en los que el cielo nos parece cerrado y vacío por nuestro pecado. Pero hay muchos hombres y muchas mujeres cuyo cielo está realmente cerrado y vacío también a causa de nuestro pecado. Son las muchedumbres a las que no se les aparecen hombres vestidos de blanco para anunciarles que "Jesús volverá un día". Nosotros no los vemos, como tampoco vemos al Hijo del hombre elevado hasta el cielo, pero están ahí. Son aquellos que viven fuera de nuestro país, de nuestra ciudad, de nuestros Estados. A veces hablan nuestra lengua, otras veces el color de su piel es distinto. Pero Jesús subió al cielo también para ellos, para que pudieran formar parte de aquella familia de discípulos que él había congregado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.