ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Los judíos celebran la fiesta de Shavuot (Pentecostés). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Los judíos celebran la fiesta de Shavuot (Pentecostés).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 17,11-19

Yo ya no estoy en el mundo,
pero ellos sí están en el mundo,
y yo voy a ti.
Padre santo,
cuida en tu nombre a los que me has dado,
para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos,
yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado.
He velado por ellos y ninguno se ha perdido,
salvo el hijo de perdición,
para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti,
y digo estas cosas en el mundo
para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra,
y el mundo los ha odiado,
porque no son del mundo,
como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo,
sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo,
como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad:
tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo,
yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo,
para que ellos también sean santificados en la verdad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús acaba de dirigirse al Padre para que proteja a los discípulos que él ha reunido. Hasta ahora había estado con ellos y los había protegido. ¡Cuántas veces había tenido que instruirlos, amonestarlos y llevarlos por el camino de la salvación! Nadie se había alejado, excepto Judas. Ahora aquellos once estaban solos, sin su proximidad física. Sabe que deberán hacer frente a pruebas muy duras. Teme por ellos, porque sabe que las asperezas de la vida ponen continuamente en discusión el Evangelio, intentando que parezca algo inútil o imposible de vivir. Sabe que la tentación de ir por su cuenta hace que sean más débiles. Inmediatamente después de su captura Jesús ya prevé el miedo y la dispersión de los discípulos. Pero no deja que venzan la decepción y la desesperación. Prevalece en Él el deseo de preservar aquella pequeña familia, frágil y al mismo tiempo protegida por la roca del fundamento sobre la que nació: su amor. Los llamó uno a uno, los eligió personalmente. Ahora quiere protegerles de los ataques del mal. Jesús sabe que la última palabra no es del maligno, aunque este intenta arrancarlos de sus manos. Se desencadena una lucha entre la violencia de la maldad y la fuerza del amor. El Señor sabe que la victoria definitiva sobre el mal se obtiene dando su vida por los hombres, rechazando, pues, la lógica egoísta del amor por uno mismo. Esta lucha será evidente al cabo de pocas, bajo la cruz, cuando todos le gritarán: "Sálvate a ti mismo". Es el "evangelio" del mundo, es la pretensión del Maligno. Pero no debe ser así entre los discípulos. Estos -como subraya Jesús- están en el mundo sin ser esclavos de la mentalidad egocéntrica que impera entre la mayoría. Jesús los ha elegido para que comuniquen en todas las partes de la tierra aquel amor gratuito que es el único que puede derrotar al mal y a la muerte.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.