ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los apóstoles
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los apóstoles

Vigilia de Pentecostés
Recuerdo del apóstol Bernabé, compañero de Pablo en Antioquía y en el primer viaje apostólico.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los apóstoles

Vigilia de Pentecostés
Recuerdo del apóstol Bernabé, compañero de Pablo en Antioquía y en el primer viaje apostólico.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 11,21-26

La mano del Señor estaba con ellos, y un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor. La noticia de esto llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía. Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor, porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se agregó al Señor. Partió para Tarso en busca de Saulo, y en cuanto le encontró, le llevó a Antioquía. Estuvieron juntos durante un año entero en la Iglesia y adoctrinaron a una gran muchedumbre. En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de «cristianos».

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy la Iglesia hace memoria de Bernabé. Originario de Chipre, vivía en Jerusalén donde había abrazado el Evangelio y se había convertido en un discípulo ejemplar: había vendido todos sus bienes y había llevado lo recaudado a los pies de los apóstoles. Y fueron ellos, los que enviaron a Bernabé a Antioquía, tercera capital del Imperio Romano, donde el Evangelio fue predicado no solo a los judíos, sino también a los paganos. Por primera vez la comunidad no estaba formada solo por discípulos de origen judío. Los apóstoles eligieron precisamente a Bernabé para ayudar en la organización de aquella nueva y prometedora comunidad. Precisamente en aquella ciudad los discípulos de Jesús fueron llamados por primera vez "cristianos", probablemente porque el notable aflujo de paganos distinguía claramente esta nueva comunidad de las judías. En la vida compleja y convulsa de una de las grandes ciudades del Imperio nacía una luz nueva que daba esperanza a muchos. Bernabé, al conocer la conversión de Pablo, lo invitó a Antioquía para dar testimonio a todos del encuentro que había tenido con Cristo. Y lo llevó también a Jerusalén para presentarlo a los otros apóstoles y para defender la predicación del Evangelio también a los paganos sin someterlos a la circuncisión. Junto a Pablo emprendió el primer gran viaje apostólico y llevó consigo también a Juan Marcos, primo de Bernabé, todavía joven testigo de la pasión del Señor. La comunidad cristiana, obediente a la acción del Espíritu, se dejó llevar más allá de sus murallas para comunicar el Evangelio hasta los extremos de la tierra. Aquellos cristianos vencieron la tentación siempre recurrente, también en nuestros días, de cerrarse en uno mismo: acogieron la exhortación de Jesús para que predicaran el Evangelio a todas las criaturas hasta los extremos de la tierra. La misión de la Iglesia no nace de proyectos humanos o del deseo de expansión. Es el Espíritu del Señor, el que Jesús había prometido a los apóstoles y a los que les sucederían, lo que impulsa a los discípulos de todos los tiempos a recorrer los caminos del mundo y los de los corazones para comunicar el Evangelio del amor. También hoy las comunidades cristianas tienen que disponerse a escuchar al Espíritu. Entonces oirán una voz que dice: "Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los tengo llamados". Cada uno puede aplicarse a sí mismo esta invitación del Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.