ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,38-42

«Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con el lunes de después de Pentecostés se reanuda el "tiempo ordinario" que había empezado la semana de enero posterior al Bautismo de Jesús y que había continuado hasta el inicio de Cuaresma. Con el término "ordinario" no se quiere dar a entender un tiempo cualquiera y aún menos un tiempo banal, sino aquel tiempo durante el cual no se celebran fiestas particulares del Señor. Durante este tiempo somos invitados a vivir y a dar testimonio de la riqueza del misterio de Cristo que hemos celebrado durante el año. Es, pues, un tiempo que hay que vivir según el Espíritu. Por eso en el pasado también recibía el nombre "tiempo de después de Pentecostés". El Espíritu es el amor vertido en nuestros corazones. Esta página evangélica de Mateo nos lo recuerda. El pasaje que hemos escuchado nos recuerda una parte del discurso de la montaña en el que Jesús aborda el tema de la "justicia" de Dios. En el esquema de las oposiciones Jesús toma el pasaje del Antiguo Testamento que reproduce la ley del talión y lo contrapone al amor. La ley del talión quería regular la venganza para que no fuera ilimitada e implacable. Era un intento de evitar abusos. Pero Jesús va mucho más al fondo: quiere arrancar de raíz el instinto de venganza y detener así la imparable espiral de violencia. El mal, de hecho, mantiene toda su fuerza, aunque es regulado tal como pretendía la ley del talión. El único modo de derrotarlo es extirparlo radicalmente. Y el camino de la extirpación que propone Jesús -el único realmente eficaz- es el del amor desbordante. Al mal no se le puede derrotar con más mal, aunque esté regulado, sino únicamente con un bien generoso. Jesús invierte la mentalidad corriente -vigente todavía hoy-, y le pide al discípulo no solo que elimine de sus comportamientos la venganza, sino también que ofrezca la otra mejilla al que le abofetee. Lógicamente, Jesús no quiere proponer una nueva regla, la de "la otra mejilla", como querrían dar a entender algunos para burlarse de estas palabras. Menos aún quiere Jesús favorecer una actitud masoquista o sumisa ante el mal. No se puede afirmar en modo alguno que Jesús, durante su vida, no hubiera hecho frente al mal oponiéndose a él con fuerza y profundidad. Jesús siempre está en lucha contra el pecado, contra la injusticia, contra la enfermedad e incluso contra la extrema manifestación del mal que es la muerte. Lo que él ha venido a traer a los hombres es una nueva manera de vivir que está centrada en el amor. El amor es lo que renueva el corazón y da la libertad a la vida. Si uno ama ofrece incluso el manto a quien se lo pide, está dispuesto a andar el doble de millas a quien le pide compañía y no vuelve la espalda a quien pide ayuda. Con el amor se puede derrotar la injusticia al nacer y se abre el camino para una vida digna.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.