ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 9,14-17

Entonces se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los discípulos de Juan, que llevaban una vida más austera respecto a la de los discípulos de Jesús, lo interrogan directamente sobre dicha diferencia. "¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?". Sabemos bien que el ayuno tenía un lugar destacado en la piedad farisaica, así como en la de los discípulos de Juan. Y lo hacían para adelantar la llegada del reino. En otras partes el Evangelio reprocha la práctica farisaica de hacerse ver, pero aquí se habla únicamente de la práctica del ayuno. Jesús contesta con la imagen de la llegada del novio y compara a los discípulos con los amigos del novio que preparaban y participaban en la boda que, obviamente, debía ser un momento de gran fiesta. Efectivamente, al pasar, Jesús creaba un clima nuevo, de alegría, de fiesta, como la fiesta que hacían en la boda. Con Jesús había llegado entre los hombres el verdadero "esposo", o mejor dicho, el Salvador de los hombres. Por eso hacían fiesta los discípulos y los pobres, los enfermos y los pecadores. Todos sentían que habían sido liberados de la esclavitud del mal. Y aquello sucedía en una lucha que no daba tregua. Por ahora podían estar alegres. Pero Jesús advierte de que vendrán momentos difíciles. Vendrán para él mismo, y en esta observación se entrevén los días de la pasión. También vendrán para los discípulos y para las comunidades. ¿Cómo no pensar en las innumerables persecuciones que sufren todavía hoy los discípulos de Jesús? Así pues, durante los días difíciles, los discípulos "ayunarán", añade Jesús. Pero antes es necesario vestirse para la fiesta y beber el vino de la misericordia; eso les hará fuertes también en los momentos difíciles. Los pellejos viejos de los que habla Jesús son los anquilosados esquemas mentales y religiosos de siempre. El amor evangélico requiere corazones nuevos, es decir, libres de esquemas y prejuicios naturales, para acoger el amor mismo de Dios. Los líderes religiosos de Israel no podían soportar la novedad de un mensaje que era demasiado nuevo para categorías viejas. Pensemos también en nosotros hoy. Resistirnos a la novedad de la Palabra de Dios significa cerrarnos al Espíritu para aferrarnos a tradiciones a menudo caducas, que defendemos diciendo que es lo que se ha hecho siempre y lo que se ha pensado siempre. El Evangelio del amor nos libra de cerrazones y de estrecheces, y nos abre a los horizontes amplios de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.